jueves, 1 de diciembre de 2011

La humanidad del monstruo

Iván el Terrible y su hijo
Recuerdo que cuando se estrenó la película El hundimiento fueron muchos los que la criticaron porque "humanizaba" a Hitler. Queremos creer que hombres como él no son humanos, que son monstruos que nada tienen que ver con nosotros. No muestran piedad ni compasión, ni aprecio por las vidas ajenas, luego no son capaces de ningún sentimiento.

Pero no, Hitler, Nerón, Torquemada, Iván el terrible... no son ogros de cuento infantil. No es posible humanizarlos, porque fueron seres humanos. La barbarie es propia de nuestra especie. A una fiera, a un león, lo calificaremos de salvaje, de feroz, pero nunca de bárbaro. La barbarie es humana. Y el mismo Iván cuya crueldad le valió el sobrenombre de el terrible, que fue capaz de matar a su propio hijo en un arrebato, amaba literalmente con locura a Anastasia Romanovna.

Nos guste o no, los monstruos son humanos. El mismo sentimiento religioso produjo a San Agustín y a Torquemada. Hitler no fue menos humano que Ghandi. Lo humano no se puede humanizar, lo que hacemos realmente es lo contrario, deshumanizar a los monstruos. Un mecanismo de defensa psicológica, supongo; negándoles la humanidad negamos en realidad la parte de la naturaleza humana, de nuestra naturaleza, que no nos gusta.

Y necesitamos entender la naturaleza humana para que un día desaparezca esa parte que ahora nos limitamos a negar. Tal vez no sea posible pero, si lo fuese, debemos aceptar que la realidad no se cambia negándola. Mientras no se erradiquen las causas que los producen, seguirán surgiendo monstruos.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Sobre el resultado electoral

El Partido Popular ha ganado las elecciones. Este es un hecho incuestionable, dado que es la lista que ha obtenido más votos. Y ante este hecho solo cabe aceptarlo y felicitar a los ganadores. Tienen ahora la mayoría absoluta de ambas cámaras, gobiernan en la mayoría de las comunidades autónomas y en la mayoría de los ayuntamientos. Un poder enorme y una enorme responsabilidad.

Dicho esto, quisiera hacer algunos comentarios sobre los resultados. El primero es que la victoria del PP, aunque contundente, no es tan aplastante como da a entender el reparto de escaños. Obtiene la mayoría absoluta de los diputados, pero no porque haya obtenido la mayoría absoluta de los votos. Ha obtenido el 44,6% de los votos emitidos, que son poco más del 30% del censo electoral. Mayoría, sí, pero relativa. Un ciudadano de cada tres les ha votado, el resto a votado a otros partidos o no ha votado. Es un dato que debe tener en cuenta el Partido Popular a la hora de gobernar.

Además de esto, es de destacar que una vez más se pone de manifiesto lo inadecuado de nuestro sistema electoral, que produce unas mayorías parlamentarias que no se corresponden con la realidad de la sociedad. El Congreso que nos representará los próximos cuatro años no es realmente representativo del sentir de los ciudadanos. Se ve con rotunda claridad en la siguiente tabla. No garantizo la exactitud de los cálculos, ya que la he elaborado de un modo un tanto apresurado, pero un error de un escaño más o menos no importa para lo que quiero señalar.

Las cuatro primeras columnas recogen los resultados de las elecciones y los escaños que cada partido tendrá en el Congreso, la quinta los que realmente le corresponderían en un sistema estrictamente proporcional. Creo que esta tabla habla por sí sola, si el Congreso respondiese realmente a lo que han votado los ciudadanos ningún partido tendría mayoría absoluta. Lo injusto de este sistema se aprecia si consideramos que cuatro partidos se llevan 41 escaños que no les corresponden por votos, que pierden el resto de partidos. El gran beneficiado es el PP, que se lleva 29 escaños de más. Los grandes perjudicados, aparte de los once partidos que se quedan sin representación cuando deberían tenerla, IU y UPD que tienen, entre ambos, 22 escaños menos de los que deberían. Sangrante también el caso de EQUO, que debería obtener tres escaños y no tendrá ninguno.

Por supuesto habrá quien no esté de acuerdo cuando digo que necesitamos una reforma del sistema de circunscripciones y de la ley electoral, quienes piensen que este sistema hace la política más estable. Pero nadie me puede negar el hecho objetivo de que el Congreso no es representativo de la sociedad. Y eso, para mí, es un grave defecto que desvirtúa la democracia. Un ciudadano, un voto. Que el voto de un simpatizante del PP valga en realidad el triple que el de un votante de UPD no es democrático se mire como se mire.

Un comentario más. En días pasados escribí animando a no considerar ningún voto como inútil, y a la vista de los resultados parecerá que me equivocaba. El Partido Popular ha obtenido la mayoría absoluta, algo que muchos queríamos evitar. ¿No habría sido más útil votar al PSOE? Tal vez, pero yo no me arrepiento de mi voto. Me niego a votar a un partido en el que no creo para evitar que gane otro en el que creo aún menos. Me niego a que el resto de partidos, que representan a mucha gente, desaparezcan. Mi voto, que fue para Izquierda Unida, no ha contribuido a darle más escaños. El sistema ha hecho que se perdiera, como los de otros treinta mil ciudadanos que escogieron esta opción en la misma provincia, y como los de varios cientos de miles en toda España. Como los de varios millones que votaron a partidos que deberían estar en el Congreso y no estarán, o estarán con menos escaños de lo que deberían.

Y aún así no me arrepiento. Gracias a esos millones de ciudadanos el PP y el PSOE suman ahora 296 escaños, y no 323. Cierto que ahora hay una mayoría absoluta y antes no la había, ¿estamos peor por eso? Sí y no. Sí porque el PP podrá gobernar si quiere, y esperemos que no quiera, sin escuchar a nadie. Y no porque ahora hay 54 diputados con una visión diferente. Suficientes para impedir, por ejemplo y si se lo proponen, que la Constitución vuelva a ser reformada sin referendum. Suficientes para plantear un recurso de inconstitucionalidad o para proponer (aunque no para ganar) una moción de censura.

Suficientes, en todo caso, para que sus voces no puedan seguir siendo silenciadas los próximos cuatro años. Y suficientes para recordarles a los dos partidos mayoritarios que un ciudadano de cada cuatro ha votado a otras opciones.

Y termino felicitando de nuevo a los vencedores. Espero sinceramente ser yo el equivocado y que sus políticas tengan el mayor de los éxitos.


miércoles, 16 de noviembre de 2011

Reparto y capitalización

Hace días, en la entrada "Sobre El Debate", (1) hice un comentario sobre la propuesta que el PP lleva en su programa electoral de transformar el sistema de protección por desempleo, actualmente de reparto, en un sistema de capitalización. Añadí que no me parecía oportuno razonar mi opinión en aquella entrada, así que lo hago hoy.

Un sistema de protección es de reparto cuando cada persona no cotiza para sí mismo, sino que los trabajadores activos cotizan para pagar las prestaciones de los perceptores, ya sean desempleados o pensionistas. En España tenemos un sistema esencialmente de reparto. Y digo esencialmente porque no es de reparto "puro". Lo sería si para cada tipo de prestación la cuantía fuese igual para todo el mundo, con independencia de su historial laboral, pero no es así. La cuantía y la duración en el caso del desempleo, están en función de las cotizaciones efectuadas por el trabajador, con unos topes máximos y mínimos. Eso no desvirtúa su carácter esencial de sistema de reparto. Es erróneo el comentario que a veces oimos a los jubilados que creen que "ya lo he pagado". En realidad lo que cotizaron cuando estaban activos sirvió para pagar a los que entonces eran beneficiarios, además de que esas cotizaciones tampoco cubrirían sus pensiones debido al aumento de la esperanza de vida.

El otro gran modelo de protección es el de capitalización, en el que cada trabajador cotiza a lo largo de su vida laboral para sí mismo. Para entendernos, es el sistema de los planes de pensiones privados. En algunos países el sistema de pensiones se basa en este modelo, aunque no sé de ninguno que lo haya adoptado de forma "pura", normalmente tienen también un protección mínima, de subsistencia, que es de reparto.

Ambos sistemas tienen partidarios y detractores. Es obvio que el de reparto es más solidario y, en mi opinión, más justo. Su inconveniente es que requiere un equilibrio entre cotizantes y beneficiarios. El envejecimiento de la población exige un correlativo aumento de la productividad para que el sistema no quiebre. Y no hace falta decir que un desequilibrio brusco en la relación entre cotizantes y beneficiarios, como es un brusco aumento de la tasa de paro, también altera el equilibrio del sistema. En otras palabras, el sistema tiene que ser periódicamente revisado en función de la ratio cotizantes/beneficiarios y la productividad del trabajo.

El sistema de capitalización, claro está, no tiene ese problema ya que cada uno cotiza para sí. El inconveniente es su falta de solidaridad y de justicia, puesto que las personas con menos posibilidades económicas pueden cotizar menos o no pueden cotizar. Es decir, que precisamente las personas más necesitadas de protección acaban siendo las menos protegidas.

Por supuesto todo esto no es más que un simple resumen de la comparación entre ambos sistemas, una simple introducción para explicar por qué no me gusta la propuesta del Partido Popular. Va sin decir que yo soy partidario de los sistemas de reparto, claro.

El sistema de protección por desempleo español es, todavía y básicamente, de reparto. No voy a explicar su funcionamiento ni a discutir sus virtudes y defectos, lo que daría para varias entradas. Basta señalar que, a pesar de lo dicho, tiene elementos comunes con los sistemas de capitalización, ya que la cuantía de la prestación está en función de los últimos salarios y su duración en función del tiempo trabajado en los últimos años. Eso hace que las prestaciones de las personas con empleos precarios, que son las que más tienen que recurrir al sistema, sean de menor duración, y las de los trabajadores peor pagados sean más pequeñas. Son las características que más arriba he señalado como los grandes defectos del sistema de capitalización.

Pues bien, la propuesta del Partido Popular significa agudizar estos defectos transformando el sistema en uno de capitalización puro. La idea resumida es que cada trabajador vaya acumulando un "fondo" personal al que podrá recurrir en caso de perder su empleo. Eso signfica que las personas jóvenes que han trabajado poco tiempo apenas tendrán cobertura por desempleo, ya que no habrán podido engrosar su fondo. Las personas con trabajos temporales y precarios también tendrán una prestación escasa, pues tendrán que recurrir al fondo con frecuencia. Y si las aportaciones se fijan, como cabe esperar, en función del salario, las personas con empleos parciales o mal remunerados tendrán un fondo pequeño y por tanto poca protección. Significaría, repito, agudizar todos los defectos del sistema actual, haciéndolo menos solidario y cayendo en la contradicción inevitable en este tipo de sistema: que las personas más necesitadas de protección sean las menos protegidas.

Salvo que yo haya entendido mal la propuesta del Partido Popular, claro está. Cosa que podría ocurrir perfectamente porque apenas mencionan ni aclaran este punto. De hecho, parece que ponen un gran cuidado en sacarlo a relucir lo menos posible, lo que no hace más que aumentar mi desconfianza. Si de verdad están convencidos de que este cambio sería positivo harían muy bien en explicarlo, pero a cuatro días de las elecciones no parece que podamos esperar esa explicación. Rajoy tuvo una buena ocasión de hacerlo en el debate, y prefirió eludir la pregunta.
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(1) He eliminado esa entrada, referida a un debate electoral en televisión, por haber perdido toda actualidad e interés


martes, 15 de noviembre de 2011

Primas de riesgo y rescates

Oimos hablar mucho últimamente de la prima de riesgo, tanto que parece haberse convertido en la medida de todos los males. Y aunque yo estoy muy lejos de ser un experto en la materia me gustaría hacer un par de comentarios al respecto. Empiezo con una pequeña explicación del concepto, que no es en absoluto difícil de entender.

Cuando un país emite deuda pública, lo que está haciendo es pedir dinero prestado, y naturalmente debe pagar un tipo de interés como cualquiera que pida un crédito. En teoría, se paga un tipo de interés más alto cuando existe un riesgo mayor de impago de la deuda y a la inversa. La prima de riesgo no es más que la diferencia del tipo de interés que paga un país con respecto a otro que se usa como referenca. En Europa la referencia es Alemania, por ser considerado el país más solvente, y la comparación se realiza sobre el bono a diez años. Así, si Alemania paga por sus bonos un interés de 1,77 % y España 6,09 %, la prima de riesgo española es de 4,32 puntos porcentuales o 432 puntos básicos. Las cifras, por cierto, las he tomado de la prensa de hoy.

Hasta aquí la teoría. La pregunta es si la prima de riesgo mide realmente el riesgo de impago de un país, y la respuesta es un categórico no. Los inversores exigen un tipo de interés más alto cuando desconfían de la solvencia de un país, lo que no siempre se debe a razones objetivas ni mucho menos. La prima no mide el riesgo real, sino la percepción del riesgo de los inversores. El matiz es muy importante porque, como digo, esa percepción no siempre responde a análisis objetivos. Es más, a menudo es absolutamente irracional.

Y aún hay más que matizar, porque ni siquiera mide la percepción del riesgo absoluto de un país, recordemos que es una medida de comparación. Lo que mide, más exactamente, es la percepción del diferencial de riesgo de impago de un país con respecto a Alemania. Y es este otro matiz importante, porque la prima de riesgo de un país, España en este caso, no solo sube porque aumente la percepción de riesgo de impago de España y por tanto su tipo de interés, sino también porque baja la de Alemania. Ambas cosas están muy relacionadas y tienen algo de círculo vicioso, ya que los inversores que no compran deuda española por su supuestamente elevado riesgo, buscan como alternativo otros valores percibidos como más seguros, los bonos alemanes, lo que hace aumentar la prima de riesgo, en un proceso que se autoalimenta.

Y a pesar de esto, de que es una medida subjetiva y no objetiva, y de que no es una medida absoluta sino comparativa, se toma sin ningún reparo como medida absoluta de la solvencia de un país, lo que es absolutamente irracional. Pero más irracional aún es que se hable de la necesidad de "rescatar" a un país cuando su prima de riesgo alcanza los 500 puntos. Así ocurrió con Grecia, con Portugal, ahora con Italia, y quizá mañana con España. Irracional e inmoral, porque "rescatar" no es más que un eufemismo. Embargar sería un término bastante más exacto.

Y lo que de verdad me subleva es que, a la postre, ese riesgo percibido no es real. Los inversores no asumen realmente ningún riesgo y lo saben. ¿Qué riesgo han asumido hasta ahora? Ninguno. Si el país paga es evidente que ellos cobran, y si no paga lo "rescatan" y ellos cobran igual. No asumen absolutamente ningún riesgo y lo saben antes de invertir. Nunca se rescata a los países, y mucho menos a los ciudadanos que acaban sufriendo las consecuencias, se les embarga. A quien de verdad se rescata es a los inversores. Y también aquí habría que cambiar el término "inversores" por otro que fuera más exacto. No diré cuál, saque cada uno sus propias conclusiones.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Sin miedo al pluralismo

Es bien sabido que nuestro sistema electoral fue diseñado para favorecer la formación de mayorías amplias en las Cortes. Tanto la redacción de la Constitución como su desarrollo posterior van encaminados en ese sentido. Se temía la formación de unas Cortes muy fragmentadas, lo que en aquellos momentos tal vez fuese un temor comprensible, pero infundado. En las primeras Cortes salidas de las elecciones generales de 1977 no hubo mayoría absoluta, y sin embargo fueron capaces de elaborar una Constitución con un amplio acuerdo y que, con todos los defectos que ahora podamos y queramos achacarle, ha posibilitado más de tres décadas de paz social, estabilidad política y desarrollo económico. Tampoco hubo mayoría absoluta en las primeras Cortes formadas en 1979, tras la entrada en vigor de la Constitución, y fueron capaces de completar la transición democrática y el desarrollo esencial de la Constitución. Y todo ello en un contexto de crisis económica, terrorismo y acoso de los nostálgicos del anterior régimen.

Pese a ello los actuales partidos mayoritarios, el PSOE  y el PP, siguen insistiendo en la necesidad de lograr mayorías absolutas para dotarnos de estabilidad. Me parece obvio que su interés real es otro: perpetuarse en el poder haciendo desaparecer o reducir a la insignificancia al resto de partidos. No es más que ambición de poder y miedo al pluralismo. Y ni siquiera entraré a discutir si de verdad una mayoría absoluta proporciona más estabilidad, porque aunque fuera cierto tiene su peligrosa contrapartida.  A Felipe González se le acusaba, y no sin razón, de aplicar el rodillo. Pero el autoritarismo con que gobernó Aznar en su segunda legislatura, su desprecio absoluto no sólo a las demás fuerzas políticas sino a la voluntad de los ciudadanos, deberían ser argumento suficiente contra las mayorías absolutas.

Los dueños del poder tienen miedo al pluralismo, pero nosotros no deberíamos tenerlo. Un Congreso sin mayoría absoluta significa un Gobierno que no puede hacer y deshacer a su antojo, sino que tiene que rendir cuentas. Un Congreso sin mayoría absoluta significa leyes que no son dictadas unilateralmente por la cúpula de un solo partido, sino que deben ser escuchadas el resto de fuerzas. Un Congreso plural significa un Congreso en que no sea posible que dos hombres modifiquen la Constitución. Porque hay que decirlo, lo que hicieron Zapatero y Rajoy fue posible porque los restantes partidos no sumaban el 10% de los diputados necesarios para exigir un referendum, aunque sí fueron elegidos con más del 10% de los votos válidos, incluso sin contar con los partidos que hubieran debido tener representación y no la tienen.

Estamos convocados para votar dentro de diez días, y nos enfrentamos a una situación muy difícil y a unas perspectivas nada halagüenñas, por no decir temibles. Ante la degradación que sufre nuestra democracia hay voces que llaman a manifestar nuestro descontento mediante la abstención o el voto en blanco, pero eso no solucionará nada. Nunca se ha solucionado nada quedándonos en casa. Yo, por el contrario, llamo a votar. Y a votar sin miedo al pluralismo.

Creo, con toda sinceridad, que debemos votar a los partidos que ofrecen alternativas a las políticas fracasadas que nos están poniendo en la misma senda que Grecia. A los que todavía podemos tener la esperanza de que no sobrepongan los mercados a las personas. Sé que ninguno de ellos tiene posibilidad de gobernar, pero cada escaño que logren será un escaño que gane la democracia. Espero que consigan, al menos, los suficientes para impedir nuevos desmanes como el que tan recientemente hemos vivido.

El veinte de noviembre, sin miedo al pluralismo ¡Vota!


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viernes, 4 de noviembre de 2011

El referendum griego

Cuando me enteré de que el primer ministro Papandreu había anunciado su intención de convocar un referendum para que el pueblo griego decidiera si aceptaba las condiciones del nuevo rescate, estuve a punto de escribir aquí unos comentarios de inmediato. Decidí posponerlo un día para informarme mejor y reflexionar un poco. Y ya no me dio tiempo. Si al principio era dudoso que el referendum llegase a celebrarse, ahora parece seguro que no lo habrá.

Las reacciones de las élites internacionales fueron prácticamente unánimes: llamar a Papandreu irresponsable y amenazar con no ayudar más a Grecia. Lo segundo si no fuera trágico no dejaría de tener su gracia, considerando que hasta ahora las condiciones de esa ayuda no han hecho más que agravar la situación del país.

Pero la supuesta irresponsabilidad de Papandreu merece un comentario. Porque el referendum, conviene dejarlo claro, no habría sido para decidir si asumen las deudas, sino si aceptan las condiciones del rescate. Claro que sin ayuda no podrán hacer frente a las deudas, pero son los líderes de los países que proporcionan esa ayuda los que amenazan con retirarla si no se aceptan las condiciones, sin dejar el menor requicio a una nueva negociación. Y eso cuando ellos mismos dicen que un impago de Grecia nos llevaría a la catástrofe. ¿Quién es el irresponsable?

Otra cuestión que merece comentario es qué estarían decidiendo en realidad los griegos si el referendum se hubiese realizado. Habrían tenido que elegir entre aceptar unas condiciones que los están llevando a la ruina o ir a la quiebra por no poder afrontar sus deudas. En otras palabras, solo habrían decidido en qué forma quieren arruinarse: la ruina bailando el son que les tocan o la ruina bailando su propia música.

Pero tal vez lo más llamativo sea la virulencia de las reacciones y el grado de catastrofismo de los vaticinios. Después de todo, la deuda griega solo es una parte muy pequeña del mercado financiero europeo y una fracción insignificante del mercado financiero mundial. Si de verdad es cierto que un impago de Grecia puede causar tales problemas a escala mundial como se anuncian, no puede haber mejor medida de lo absurdo y aberrante que ha llegado a ser el mercado financiero.

Mención aparte merece el temido "contagio" a España e Italia, habida cuenta de que la mayor parte de la deuda griega está en manos de entidades financieras francesas y alemanas, y solo una pequeñísima parte en manos españolas. Un hecho que sin duda tiene algo que ver con la postura especialmente intransigente de Nicolas Sarkozy. 

No sé porqué Papandreu decidió anunciar un referendum a estas alturas, si no lo hizo mucho antes. Ni sé si tenía verdadera intención de convocarlo o solo fue un farol destinado a mejorar su posición negociadora. Tampoco sé cuáles habrían sido las consecuencias si los griegos se hubiesen negado a aceptar las condiciones del rescate, ni creo que nadie sensato pueda decir que lo sabe. Pero sé una cosa. Sé que desde que comenzó la crisis es la primera vez que un líder europeo da un puñetazo sobre la mesa y dice: "hasta aquí hemos llegado, oigamos al pueblo".

Con razón o sin ella, fuesen cuales fuesen sus intenciones, es el primer gobernante europeo que planta cara a los especuladores y a los jugadores de ventaja. Posiblemente no sirva de nada, pero por una vez habrán sido los mercaderes de lo ajeno los que se lleven el susto. ¡Ojalá no sea el último!

domingo, 30 de octubre de 2011

Abordando el problema del desempleo

Hace lgún tiempo que quiero escribir una entrada sobre el desempleo, que en España alcanza ya unas proporciones de catástrofe. Lo he ido posponiendo porque el problema, además de complejo, es delicado. Claro que he abordado antes otros temas para los que muchos me preguntarán qué autoridad tengo. La respuesta es que para ninguno de ellos tengo más autoridad que la que otorga mi derecho a la libertad de expresión. Pero el paro es un tema especialmente sensible para mí, seguramente porque lo he padecido.

En realidad ya abordé el tema en la entrada La verdadera historia de Caín y Abel, que para mi sorpresa es la más visitada del blog. Pero esa entrada no pasa de ser una aproximación superficial a mi manera de pensar. Tampoco la de hoy será más que un planteamiento de cuestiones generales.

Tal vez convendría comenzar con una declaración de principios: que reducir el paro es un objetivo deseable en sí mismo. Esto puede parecer tan elemental que sobra mencionarlo, pero no lo es para el modelo económico neoliberal, que propugna una suerte de darwinismo social. Para este modelo la libertad de mercado prima sobre cualquier otra consideración, incluidos los seres humanos. Para sus partidarios el mercado de trabajo no se diferencia en nada de cualquier otro mercado. De ahí que cuando consideran el problema del paro lo hagan desde el enfoque de la oferta, la demanda y el precio de equilibrio, por lo que sus respuestas siempre son las mismas: desregular el mercado de trabajo, reducir salarios y facilitar el despido.

Ni que decir tiene que yo no comparto semejante enfoque. El mercado de trabajo no es como cualquier otro porque las personas no son mercancías. Cualdo hablamos del "precio" del trabajo, hablamos de la diferencia entre una vida digna y la miseria para un trabajador y su familia. No es solo una cuestión económica, y aunque evidentemente no podemos separar esta cuestión de sus implicaciones económicas, es el modelo económico el que debe servir a las personas, no al revés. Para cualquier análisis que pretendamos hacer debemos tener presente siempre y en todo momento este principio: el trabajo no es una mercancía.

Ateniéndonos a este principio es obvio que las soluciones neoliberales no sirven. Incluso los mejores modelos no son más que herramientas que nos proporcionan información útil para alcanzar nuestros objetivos. Fijar el objetivo no es cuestión de teorías, sino de principios. Su análisis no es correcto, pero aunque lo fuera y me lo demostraran seguiría rechazando tales soluciones por ser contrarias a mis principios.

Entonces, si las soluciones neoliberales no sirven, ¿cómo combatir el desempleo? Prescindiendo, por ahora, de las medidas políticas concretas y ciñéndonos a las grandes líneas, es evidente que solo hay dos vías, no necesariamente excluyentes entre sí:

  1. Crear más necesidades de trabajo aumentando la producción
  2. Distribuir el trabajo ya existente entre todos los trabajadores
Como dije al principio, no prentendo más que esbozar una aproximación a las líneas generales del problema, así que me limitaré a unos apuntes sencillos sobre estas vías.

La producción va ligada a la demanda. Las empresas no van a aumentar la producción si no hay demanda para consumir lo producido. Por eso no es correcta la afirmación de que unos impuestos bajos a las rentas del capital fomentan la inversión. Es la demanda la que fomenta la inversión y, por lo tanto, lo que hay que hacer crecer. Para eso son necesarias dos condiciones. En primer lugar es necesario que los consumidores dispongan de dinero, pero también que tengan una estabilidad económica que les permita gastarlo sin miedo al futuro.

En otras palabras, tiene que haber una situación de empleo estable generalizada, con lo que entramos en un círculo vicioso que es necesario romper por algún punto. Según la probada teoría de John Maynard Keynes,  se puede lograr mediante la inversión pública, pero en la situación a la que hemos llegado esto tiene dificultades e implicaciones que dejo para otro momento.

La segunda vía, repartir el trabajo ya exisitente, pasa por incentivar las reducciones de jornada y el trabajo a tiempo parcial en lugar de los despidos. Esto también tiene sus problemas e implicaciones, por supuesto, pero aunque los ingresos individuales de cada trabajador fueran menores, con más gente trabajando de un modo estable tendríamos mucho ganado.

Naturalmente, todo esto no es más que una aproximación muy somera a las grandes líneas del problema. A partir de aquí empezaría el verdadero análisis de cada una de esas dos vías, con todas sus derivaciones, para traducirlas en medidas concretas y viables.


 
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lunes, 17 de octubre de 2011

En defensa del voto inútil


Siempre es arriesgado plantear paralelismos entre diferentes períodos históricos, especialmente cuando uno de los períodos comparados es el presente, que no podemos ver con la perspectiva que da el tiempo. Sin embargo no puedo evitar que algunos aspectos de la actual situación política de España me recuerden el período histórico que se dio en llamar el turno pacífico.

Para aquellos que no conozcan o no recuerden este período de nuestra historia, recordaré que entre el fracaso de la Primera República y la instauración de la dictadura de Primo de Rivera, se estableció en España una monarquía parlamentaria. Se implantó el sufragio universal masculino, pero las elecciones eran sistemáticamente falseadas para que se alternasen en el poder los partidos liberal y conservador. No merece la pena detallar los métodos empleados para conseguirlo: el partido de la porra, los aquelarres en los que votaban cementerios completos, etc.

Lo más sorprendente de este sistema fue el tiempo que duró, y seguramente lo más grave el efecto que produjo. En palabras del hispanista británico Hugh Thomas:
El pueblo español llegó a considerar el sistema parlamentario -imitación deliberada del inglés- como un medio para excluirle de la política [...] El "piadoso fraude" de la Constitución fue una de las razones de la difusión de las ideas revolucionarias entre la clase obrera.
Sé que el paralelismo es forzado, porque hoy no se recurre a métodos tan sucios ni tan burdos. Pero hay otros medios más sutiles y más legales que el PSOE y el PP no dudan en utilizar para obtener el mismo resultado. Algunos establecidos desde el inicio de la democracia, como el sistema de circunscripciones, el reparto de escaños por sistema d'Hondt o el límite del 3% de los votos para obtener representación parlamentaria. Otros más recientes, como la reforma del sistema electoral para limitar las candidaturas de partidos nuevos o minoritarios, o de la Ley de Régimen Local para dificultar las mociones de censura.

A esto se encaminan también prácticas como asignar y tiempo y espacio en los medios de difusión públicos a los partidos en proporción a la representación obtenida en las elecciones anteriores, al igual que la financiación con dinero público en proporción a los resultados y su anticipo en función de los resultados anteriores. También la decisión pactada de no aceptar debates televisados más que entre los dos candidatos de los partidos mayoritarios, con exclusión de los demás aunque tengan un incuestionable arraigo en la vida pública española.

Una diferencia más hay con el período del turno pacífico, y es que hoy el bipartidismo también nos lo autoimponemos los ciudadanos disfrazado de "voto útil". Llevamos muchos años arrastrando ese pernicioso concepto: todo voto que no sea para los partidos mayoritarios consideramos que no cambiará nada, y por lo tanto es inútil.

El efecto me parece obvio. Un puñado de partidos, una casta de políticos profesionales, se han asentado en el poder y lo consideran suyo. Olvidan y quieren que olvidemos que la soberanía reside en el pueblo, y no en ellos. Amparados en que los ciudadanos los han elegido hacen y deshacen a su antojo ignorando totalmente la voluntad popular. Así el expresidente Aznar embarcó a España en la guerra de Irak pese a que el 90% de los ciudadanos se manifestó en contra. "No se puede gobernar con encuestas" dijo. Así los señores Rodríguez Zapatero y Rajoy pactaron una reforma constitucional de espaldas al pueblo. "Es necesaria", dijeron.

Y eso tiene consecuencias. El descrédito de la clase política es evidente. En el "barómetro" que periódicamente publica el CIS, a la pregunta ¿Cuál es, a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España? aparece una y otra vez en los primeros lugares la respuesta La clase política, los partidos políticos. Aquellos que deberían aportar las soluciones son percibidos como el problema.

Peor aún, no solo destruyen la confianza de los ciudadanos en los políticos, lo que ya es grave, sino en las propias instituciones. Al pedir a los ciudadanos que valoren de 0 a 10 su nivel de confianza en las instituciones, ni  el Gobierno, ni las Cortes, ni los Tribunales de Justicia, ni el Tribunal Constitucional, ni el Defensor del Pueblo alcanzan siquiera el "aprobado".

Tenemos que romper con este marasmo en el que nos han metido y devolver a la política lo que tiene de noble y digno. El primer artículo de nuestra Constitución dice:
España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.
Pues esto último, pluralismo político, es lo que nos está haciendo mucha falta. Está en la calle, pero no en las Cortes.

Ante las próximas elecciones, el Partido Socialista dirá que la división de la izquierda favorece a la derecha, y nos llamará al "voto útil". El Partido Popular ni siquiera se molestará en hacerlo, porque sabe que ya cuenta con la práctica totalidad del voto de derechas.

Por supuesto hay muchísimas personas que votarán a estos partidos por convicción, lo que es muy respetable. También habrá muchos que les voten porque quieren que su voto sea "útil", y también esto es respetable, pero yo creo que es un error.

Creo que es necesario llevar a las Cortes el pluralismo que hay entre los ciudadanos. Que deben perder un peso que no les corresponde los partidos que nos han llevado a donde estamos: PP, PSOE, CiU y PNV. Que Izquierda Unida debe recuperar, sino los 21 diputados que alguna vez tuvo, al menos los 13 que en justicia le habrían correspondido en las pasadas elecciones. Que hay que dar voz a quienes no la tienen, a los partidos minoritarios como UPD y a los nuevos como EQUO.

Creo todas esas cosas, y por eso salgo en defensa de ese voto que nos quieren hacer creer que es inútil.

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lunes, 10 de octubre de 2011

Capablanca y Alekhine

Sentados: Lasker (izquierda) y Tarrasch
De pie: Alekhine (de uniforme), Capablanca y Marshall
Tal vez ningún torneo de ajedrez sea tan famoso ni haya sido tan estudiado como el campeonato del mundo de 1927, que jugaron José Raúl Capablanca defendiendo el título contra Alexander Alekhine como aspirante.

Capablanca era el gran favorito. En 1921 le había arrebatado el título a otra leyenda, Emmanuel Lasker, que pese a ser el campeón insistió en ser tratado como el aspirante porque, según él, Capablanca ya había ganado el título por su maestría. En los años siguientes dominó el mundo del ajedrez de tal manera que todos lo daban como ganador seguro. Alekhine, en concreto, nunca había conseguido ganarle. Incluso, cuando se acercaba el momento del torneo, grandes maestros llegaron a decir que Alekhine no ganaría ni una sola partida.

Pero el torneo lo ganó Alekhine, por un resultado de seis victorias, tres derrotas y veinticinco tablas, en el que fue uno de los campeontatos mundiales más largos de la historia del ajedrez. Desde entonces muchos se han preguntado por qué perdió Capablanca. Cada partida ha sido analizada jugada por jugada en busca de la respuesta.

Y la respuesta, creo yo, es que en aquel tablero no se enfrentaron solo dos jugadores, sino dos formas de entender el ajedrez y, en cierto modo, la vida.

Todos reconocían entonces y siguen reconociendo ahora que Capablanca era un jugador de un inmenso talento, que jugaba con una facilidad y lucidez que asombraban a sus rivales. También era un hombre alegre, simpático, mujeriego, poco disciplinado y muy seguro de sí mismo y su superioridad en el tablero. No solía preparar los torneos, y no era raro que pasase la noche antes de una partida importante jugando a las cartas.

Alekhine era su opuesto. No tenía el talento de su rival pero era un hombre ambicioso y tenía, a cambio, una gran disciplina y capacidad de trabajo. Preparó concienzudamente el torneo, estudiando minuciosamente las partidas y el estilo de juego de Capablanca.

El resultado probablemente era inevitable. No solo perdió Capablanca, sino el estilo de juego que representaba, saliendo triunfante la manera de entender el ajedrez de Alekhine, que hoy es la norma de todo jugador profesional.

Alekhine nunca le dio a Capablanca la oportunidad de recuperar el titulo e incluso evitó coincidir en los mismos torneos que él. No volvieron a enfrentarse hasta 1936, año en que Capablanca se "vengó" con una brillante victoria sobre su rival.

Capablanca, con una salud muy deteriorada, falleció de un derrame cerebral en 1942. Alekhine, con una salud igualmente destruida por tres guerras, cuatro años después.

Supongo que esta historia encierra una moraleja, y que cualquiera que la examine a la luz de la razón dirá que Alekhine es el modelo a seguir y Capablanca el ejemplo a evitar. Y sin embargo, qué le vamos a hacer, yo no puedo evitar sentir simpatía por Capablanca.

domingo, 9 de octubre de 2011

Diez mentiras

El diario que leo habitualmente publica los domingos un suplemento llamado Mercados, de temática económica. En el de hoy se incluye un artículo titulado Decálogo de falacias sobre la crisis, que firman los profesores Juan Manuel Quinzá y Fernando Agulló. De la mayoría de los puntos de este decálogo he hablado ya en las diferentes entradas de este blog. Ayer mismo, de una afirmación que se hace en la breve introducción: que los gobernantes conservadores, por razones puramente ideológicas, desean una reducción del papel de los Estados en la economía.

Las falacias del decálogo, que recojo sin la argumentación, son estas:
  1. La crisis no se podía prever.
  2. Hay que refundar el capitalismo.
  3. Hay que salvar a los bancos para que fluya el crédito.
  4. Hay que reducir el gasto público.
  5. Hay que reformar el mercado laboral.
  6. Hay que reformar el sistema de pensiones.
  7. Hay que privatizar las cajas de ahorros.
  8. Se están aplicando las únicas medidas posibles.
  9. El ataque de los mercados se evita corrigiendo el equilibrio presupuestario.
  10. Hay que dejar actuar libremente a la mano invisible del mercado.
Aclaro únicamente que el segundo punto no se incluye como falacia porque no sea necesario reformar el sistema capitalista, sino porque ni se ha hecho ni se tiene intención de hacer nada en ese sentido. Más bien al contrario.

La cotrarreforma

Como es sabido, el neoliberalismo es partidario del Estado mínimo. Según su teoría,  el mercado en libre competencia produce espontáneamente todo lo que se neceista y sólo lo que se necesita, y lo distribuye eficientemente. Por lo tanto, toda intervención del Estado es contraproducente. En palabras del economista Alain Minc el capitalismo es el estado natural de la sociedad. La democracia no es el estado natural de la sociedad. El mercado sí.

Si aceptásemos esa teoría y la llevásemos a sus últimas consecuencias, la conclusión sería que lo ideal no es un Estado mínimo, sino la ausencia total de Estado. Por eso se dice a veces que el neoliberalismo es anarcocapitalista. Pero esto no es correcto, no propugnan la desaparición del Estado sino reducirlo a un Estado mínimo.

¿Qué significa realmente esa expresión? Significa un Estado que se limite a garantizar la propiedad y el orden público. Y es que, por más que digan que el mercado es eficiente y el estado natural de la sociedad, saben que el liberalismo sin cortapisas produce enormes desigualdades e injusticias. El mercado es amoral. Así que se necesita un poder que garantice que los ricos y los poderosos no se verán perturbados ni amenazados en sus personas ni en sus bienes: el Estado mínimo.

Examinemos un poco las medidas que actualmente se nos quiere hacer creer que son necesarias y sin alternativa, y veremos que todas van en el mismo sentido. Reducción del déficit público, que siempre se traduce en reducir el gasto y nunca en mejorar los ingresos, y por lo tanto en reducción de los servicios públicos. Bajar los impuestos, normalmente a las rentas de capital y no a las de trabajo y por más que esto sea contradictorio con la reducción del déficit, lo que significa más recortes en servicios públicos, menos redistribución de la riqueza y más desigualdad.

Y naturalmente la reforma laboral, siempre en idéntico sentido desde hace décadas: lo que llaman flexibilidad. Moderación salarial (el mismo Minc propuso sin despeinarse que los salarios se congelasen durante cinco años), facilitar y abaratar el despido, reducir las cotizaciones sociales, debilitar la negociación colectiva, etc. Se han llevado a cabo varias reformas en ese sentido y ninguna ha producido los resultados prometidos.

Todas han fracasado, lo que no es obstáculo para que se sigan exigiendo nuevas reformas. Igual que han fracasado las políticas de liberalización y privatizaciones del FMI. Todos los países en que se han aplicado, sin excepción, han acabado más pobres que antes, lo que no impide que insistan en ellas pese a la evidencia y la magnitud de su fracaso.

Todo esto tiene un fin que va  más allá de la crisis actual aunque quieran hacernos creer que superarla es el objetivo. No lo es. El objetivo no es otro que volver a su modelo del Estado mínimo, también en esto a pesar de la evidencia de ya se experimentó con nefastas consecuencias.

Los políticos estarán en lo sucesivo bajo el control de los mercados financieros, afirmaba en 1997 el presidente del Bundesbank, Hans Tietmeyer. Le faltó añadir como en el pasado estuvieron bajo el control de los grandes trusts. Lo peor es que esa temible profecía parece que tiene todos los visos de hacerse realidad.

Evitarlo depende de todos los que no creemos que el mercado está por encima de la moral y la justicia. El que calla otorga, dicen. Por eso, y por lo que está en juego, no podemos callar.

lunes, 3 de octubre de 2011

4,6 billones de euros

4.600.000.000.000 € Esa es la cantidad que, según he leído en la prensa de ayer, han destinado los estados europeos al rescate de la banca. Ante cifras de esas dimensiones suele ser buena idea referirlas a otras más intuitivas para hacernos una idea cabal de lo que representa. Por ejemplo, el mismo artículo señalaba que eso es el 37% del PIB total de la Unión Europea, o cuatro veces el PIB español. Expresandolo de otro modo, significa que los bancos se han quedado todo lo que se ha producido en la Unión durante cuatro meses.

En comparación, el total de los rescates de Grecia, que todavía no se han ejecutado por completo, es de 220.000 millones de euros. Bancos: 20, Grecia:1, señalaba el titular. Dicho de otro modo, con lo que se ha destinado a salvar a la banca se podrían salvar 21 Grecias.

Otra manera de verlo es que esa cifra representa aproximadamente 9.000 euros por cada ciudadano europeo. Es decir, que una familia media de cuatro miembros le habrá entregado a los bancos 36.000 euros. Porque no hay que olvidar que quienes aportamos ese dinero somos nosotros, los ciudadanos que pagamos impuestos.

Hagamos otra comparación, que creo muy interesante. La prestación por desempleo en España, que algunos consideran demasido generosa y dicen que desincentiva la búsqueda de empleo, tiene un tope máximo de 1087 euros brutos. Si redondeamos a 1.000 estaremos tirando muy por lo alto, ya que no todos los parados cobran el máximo ni mucho menos. Ahora bien, según Eurostat, en toda la Unión Europea hay 23 millones de parados. Con la cifra que se destina a los bancos se les podría pagar a todos ellos esos 1.000 euros durante 16 años.

Y aún nos dicen que hay que ser austeros, que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.  A lo mejor es que se me escapa algo, pero diría que nuestras posibilidades serían mucho mayores si no nos hubiesen quitado de los bolsillos 9.000 euros a cada uno.

Todos estamos obligados, por supuesto, a asumir nuestras responsabilidades y pagar nuestras deudas. Todos menos los banqueros. Ellos no tienen que asumir responsabilidades ni pagar sus deudas, ya se las pagamos nosotros.

viernes, 30 de septiembre de 2011

A propósito de Platón

Platón fue sin duda uno de los pensadores más influyentes de la filosofía occidental, y aún hoy su obra es reconocida como una cumbre del pensamiento.  Tanto es así que se dice que toda la filosofía europea es una serie de notas a Platón, y desde los escaparates de las librerías autores modernos nos recomiendan más Platón y menos Prozac.

Por eso sé que hoy sí que voy a sacar los pies del tiesto, cargando contra veinticuatro siglos de tradición filosófica cual Quijote contra los molinos. Y no porque vaya a negar la influencia de Platón, lo que sería absurdo, sino porque, lejos de creer que fuese una de las cumbres de la filosofía, creo que fue uno de sus puntos más bajos. Diré, para ser honesto, que no he leído toda su obra. Solo algunos diálogos y, naturalmente, el viejo manual de historia de la filosofía del instituto.

Los primeros filósofos griegos querían entender la realidad que les rodeaba, renunciando a las explicaciones míticas para sustituirlas por otras racionales. Y, hablando en términos generales, encontraron el camino adecuado: aplicar la razón a la observación de la naturaleza. Pensadores anteriores a Platón como Tales, o contemporáneos suyos como Demócrito destacaron en este camino.

Esta vía empezó a ser abandonada en realidad antes de Platón, y no lo fue del todo ni siquiera después de él, pero es Platón quien, en mi opinión, mejor representa el abandono de esta filosofía y en cierto modo de toda filosofía. Y en todo caso es, sin duda, el más influyente.

Dejó escritos un buen número de libros sobre muy diversos temas, pero la parte central de su pensamiento, y la más admirada, es la teoría de las ideas. Muy resumidamente, rechazó las teorías anteriores porque creyó que no le permitían progresar en el conocimiento, creía también que el orden no podía provenir del desorden.

Imaginó entonces unos entes inmateriales, eternos, perfectos e inmutables, con una existencia propia e independiente del mundo material y que eran la realidad última, incluso la única realidad. Todo lo que observamos no es más que la plasmación de las ideas sobre la materia imperfecta, caótica y corruptible. El Universo debería ser perfecto, conforme a las ideas, si no lo es se debe a que la materia introduce el desorden y la corrupción.

Y aquí es donde muere la filosofía. Las ideas, la auténtica realidad, solo pueden ser captadas por la razón y no por los sentidos. En consecuencia no se debe perder el tiempo observando la naturaleza, la única fuente de conocimiento es la contemplación de las ideas. Cualquier discrepancia con lo que observamos se debe a la corruptibilidad de la materia y debe ser ignorada.

Existe una vieja broma según la cual si la teoría no se ajusta a los hechos, hay que prescindir de los hechos. Esto es, en el fondo, lo que hizo Platón. Y lo que es peor, recomendó hacer lo mismo a sus discípulos. Incluso llegó a recomendar la destrucción de los libros de Demócrito. Renunció al camino emprendido por los filósofos, a la explicación racional, para sustituirla por un nuevo mito.

Su influencia posterior fue enorme, especialmente a raiz de la expansión del cristianismo al mundo griego. El pensamiento platónico, con sus ideas perfectas y su demiurgo, cuadraba bien al cristianismo. Y en todo el mundo cristiano, con honrosas pero escasas excepciones, la filosofía fue sustituida por la teología.

Así que me disculparán los filósofos si no comparto tanta admiración por la obra de Platón. Sin duda fue un hombre brillante, pero erró totalmente el camino. Conocer su obra es importante para comprender nuestra historia, pero en lugar de recomendar más Platón y menos Prozac, yo recomendaría menos Platón y más filosofía.


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jueves, 29 de septiembre de 2011

La enseñanza de la filosofía

En el sistema educativo en el que yo me formé la enseñanza de la filosofía quedaba encuadrada en dos asignaturas en los dos últimos cursos de la enseñanza media. Se denominaban estas asignaturas "Filosofía" e "Historia de la filosofía".  La primera de estas asignaturas era una introducción a los temas de los que tradicionalmente se ha ocupado la filosofía, sin centrarse en ninguna corriente en particular. La segunda era un estudio, por fuerza breve, de las principales corrientes y autores de la filosofía europea.

El viejo manual de esta segunda asignatura recoge en sus 550 páginas un gran número de corrientes y autores. Sin embargo los profesores, en parte por ser la materia demasiado extensa para el tiempo disponible y en parte por saber cuáles eran los que con más probabilidad serían objeto de examen en las pruebas de acceso a la universidad, se centraban en solo unos pocos: Platón, Aristóteles, Tomás de Aquino, Kant, Marx, Hume...

Se trataba, claro, de recordar las teorías de estos hombres para los exámenes, y no de analizarlas críticamente. Muy poco filosófico. Naturalmente, entonces yo también estaba más centrado en superar los exámenes que en leerme todo el manual con sentido crítico. El resultado es que a los dieciocho años mi apreciación por la filosofía era muy escasa.

Si cuando terminas tus estudios en el instituto piensas que la filosofía carece de interés es que algo ha fallado. Y en mi caso el fracaso fue notorio. Afortunadamente lecturas posteriores recuperaron mi interés por esta materia. Porque el problema, por supuesto, no estaba en la filosofía sino en la forma en que me la enseñaron.

En primer lugar está la selección de los autores y teorías a estudiar, selección a cargo de filósofos con unos criterios que quizá no sean los más convenientes. Imaginemos un curso de astronomía en el que se dedicase la mitad del tiempo a aprender el sistema de Ptolomeo. Sin duda nos parecería absurdo dedicar tanto esfuerzo al estudio de un sistema superado. Y sin embargo eso es, salvando las distancias, lo que se hace en la enseñanza de la filosofía en los institutos.

No es que no crea conveniente conocer el pensamiento de hombres como Platón o Tomás de Aquino por la influencia histórica que tuvieron, del mismo modo que es bueno y conveniente conocer otras facetas de nuestra historia. Pero eso es enseñar historia, no filosofía. ¿y por qué tanta atención a Platón y tan poca a los filósofos renacentistas como, por ejemplo, Galileo Galilei?

Platón fué sin duda muy influyente en la filosofía antigua y medieval, pero hombres como Descartes o Galileo son los que realmente marcan el pensamiento moderno. Y sin embargo, a Galilei prácticamente se le pasaba por alto, y el estudio de Descartes, al que no es posible ignorar, no siempre se centraba en lo más relevante. ¿Por qué? Sospecho, aunque no puedo asegurarlo, que la razón es que los filósofos han excluido de la filosofía el pensamiento científico, con el que no se encuentran cómodos.

Supongo que aquí tendría que extenderme, para ser correctamente entendido, sobre qué es filosofía o qué entiendo yo por tal. No lo haré porque el tema que pretendo abordar no es la filosofía en sí sino la forma en que me la enseñaron. Apuntaré tan solo que los mismos manuales de filosofía en los que la estudié la definían como un saber crítico.

Y eso fue lo que en aquel curso brilló por su ausencia, el sentido crítico. Nos explicaron, o por mejor decir, nos expusieron para que memorizáramos toda una serie de teorías, pero sin apuntar ni una sola objeción a ninguna de ellas. Ni siquiera se nos pidió que reflexionáramos sobre ellas, que las analizáramos, que las contrastáramos o que debatiéramos sobre ellas.

Todo esto se puede resumir en muy pocas palabras. No sé muy bien qué fue lo que me enseñaron: historia sin duda, literatura quizá, pero desde luego no filosofía.


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miércoles, 21 de septiembre de 2011

Sobre los impuestos y los ricos

Que los impuestos son necesarios para el mantenimiento del Estado nadie lo duda, al menos nadie sensato. Lo que siempre está en cuestión es el alcance que deben tener y, sobre todo, el reparto de la carga tributaria. En los últimos años y con motivo de la crisis económica, los neoliberales y un sector de la derecha política vienen cuestionando la progresividad de los impuestos.

No está de más recordar, aunque sé que no hará falta, que un impuesto es progresivo cuando pagan más los que más tienen. En términos generales, los impuestos indirectos, que gravan el consumo, tienen un carácter regresivo al aplicar el mismo tipo impositivo a todos los ciudadanos con independencia de su nivel de riqueza. La progresividad se aplica por tanto en los impuestos directos, que gravan la renta en origen, aplicando tipos más altos a los ciudadanos con ingresos mayores.

En contra de este principio he venido leyendo cuatro argumentos, si hay alguno más yo no lo conozco. El primero de ellos me parece tan disparatado que dudé en recogerlo aquí porque parece una broma. Dicen algunos que obligando a los ricos a pagar impuestos obligatoriamente se les priva de la oportunidad de ser generosos pagándolos voluntariamente. No creo que tal argumento merezca más comentario.

Un segundo argumento es que manteniendo bajos los impuestos a los más ricos se estimula la inversión y por tanto el crecimiento económico. Si alguien puede demostrarlo, de acuerdo, pero hasta donde yo sé (y admito que no sé mucho) la experiencia no lo demuestra, sino todo lo contrario. Los impuestos bajos para las rentas altas no incentivan la inversión privada, o no lo suficiente, y en cambio deprimen la inversión pública y con ella la economía de las naciones. Así lo demuestra la experiencia de la totalidad de los países que han aplicado esta medida a instancias del FMI. Ni uno solo mejoró su situación; todos, absolutamente todos, acabaron más pobres de lo que eran.

Un tercer argumento es que los ricos no tienen por qué pagar más impuestos, ya que no se benefician más de ellos. Además de tremendamene insolidario, este argumento es engañoso. Cierto es que los ricos no suelen acudir a la sanidad pública o, como me dijo alguien, que no gastan más aceras. Pero esto es ignorar que buena parte de los impuestos se destinan a infraestructuras rentables solo a largo plazo, como puertos, aeropuertos, ferrocarriles, polígonos industriales, etc., cuyos principales beneficiarios son las grandes empresas y que, en todo caso, solo son posibles con un sistema tributario sólido y progresivo. Por no mencionar, como le dije al de las aceras, que los ricos sin duda se benefician más de la seguridad que proporciona el Estado, ya que nadie roba a un indigente.

El cuarto y último argumento es otra muestra de insolidaridad. Los ricos, dicen, lo son gracias a su esfuerzo y obligarles a pagar más impuestos que a los pobres es en realidad robarles el fruto de su trabajo para dárselo a quienes no se lo han ganado. Ignoremos el hecho de que un porcentaje sustancial de las grandes fortunas son heredadas e ignoremos el hecho de que no partimos todos en igualdad de condiciones. Aún así esto es falso.

En este argumento, el que más me interesa, subyace una afirmación tan repetida que ya casi nadie se la cuestiona: que son los empresarios los que crean riqueza. ¿Es esto cierto? Yo creo que si no es falso es solo media verdad, o media mentira, según se mire. Los empresarios crean riqueza, sí, pero no ciertamente ellos solos.

Pongamos como ejemplo, solo porque a mí me conviene, un astillero destinado a la construcción de grandes buques. Desde luego hace falta que alguien aporte el capital y los medios de producción, pero eso no basta, harán falta unos ingenieros que diseñen los buques. Y una vez diseñados, no van a pasar del plano a la realidad por arte de magia, harán falta soldadores, armadores, tuberos, electricistas, etc. Y harán falta también jefes de obra y capataces que organicen a toda esa gente.

Todos ellos crean riqueza. El empresario la crea indirectamente al poner medios materiales y organizativos que potencian el trabajo del obrero, del campesino o del pescador que son, en última instancia, la fuente de toda riqueza. Después de todo, ya se construían barcos antes de existir los grandes astilleros. Unos carpinteros de ribera no construirán un transatlántico, pero pueden construir un barco sin necesidad de un gran empresario. Es más dudoso que un gran empresario sin obreros pudiera construir siquiera una canoa.

No niego, por tanto, que los empresarios creen riqueza, pero la crean potenciando el trabajo del obrero. La riqueza la crean entre todos. Y si todos ellos crean riqueza, todos tienen el legítimo derecho de participar en el beneficio. La cuestión, por supuesto, es en qué medida debe participar cada uno. 

¿Es equitativa la distribución de las rentas de trabajo y las del capital? Yo creo que no, y que la desproporción, que ha ido aumentando constantemente, es abrumadora. Entrar en detalles haría este texto demasiado largo pero, simplificando, las grandes empresas se valen de una posición de fuerza para mantener los salarios bajos, por debajo de lo que sería justo.

Aquí es donde entra la función redistributiva del Estado. No se trata, como dicen los neoliberales, de quitarle a los ricos para darle a los pobres, y mucho menos de quitarle a nadie el fruto de su trabajo, sino de corregir las deficiencias del sistema limando las desigualdades excesivas e injustas.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Almas de robot

Supongo que Isaac Asimov no necesita ninguna presentación. Bioquímico y autor de libros de divulgación científica, es conocido sobre todo por sus obras de ciencia-ficción. Entre ellas está la titulada originalmente Iron dooms y traducida al español, según las ediciones, como Cúpulas de acero, Bóvedas de acero o Las cavernas de acero.

El protagonista de esta novela, el detective Elijah Bailey, debe resolver un asesinato teniendo como compañero forzoso a un robot de aspecto indistinguible del humano, Daneel Olivaw. En un punto de la novela el diseñador del robot, el doctor Hans Falstofe, le dice al detective Bailey que pese a su aspecto el robot no es más que una máquina lógica incapaz de entender una abstracción. Como Bailey le dice que ha hablado con él de la justicia, un concepto abstracto, Falstofe le pregunta a Daneel qué es la justicia y éste responde que es el estado que se produce cuando todas las leyes son obedecidas. Bailey pregunta entonces: "¿Y si una ley es injusta?". Y el robot contesta que eso es una contradicción lógica.

El pasaje me ha venido a la mente varias veces últimamente. Y es que, como dijo no recuerdo quién, el problema no es que los robots empiecen a pensar como humanos, sino que los humanos empiecen a pensar como robots.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Malos augurios

Acaba de aprobarse la reforma de la Constitución con 316 votos a favor y 5 en contra. Votaron en contra dos diputados socialistas, uno de ellos, según parece, por error. Se ve que el asunto no es lo bastante importante como para fijarse en qué botón pulsaba.

Ya he hablado antes de los motivos por los que creo que esta reforma es un grave error, así que no me extenderé demasiado. Como ya he dicho anteriormente, tener déficit un año o incluso varios consecutivos no tiene mayor importancia si se compensa con superavits anteriores o posteriores. Esta reforma ignora totalmente el medio y el largo plazo, privando de ese modo a futuros gobiernos de un instrumento legítimo de política económica.

Por otra parte, establece que el pago de los intereses y el principal de la deuda pública gozará de prioridad absoluta. Como también he dicho ya, pagar las deudas es por supuesto una obligación, pero no tiene por qué tener prioridad absoluta sobre las demás obligaciones del Estado. Es imposible exagerar la extrema gravedad de lo que han hecho. Significa que si llegase el hipotético caso de tener que elegir, por ejemplo, entre pagar las pensiones y pagar los intereses de la deuda a los bancos, dejarían de pagarse las pensiones. La prioridad es absoluta.

Como muestra de que no exagero solo hay que ver lo que sucede en Castilla-La Mancha. Aún antes de aprobarse la reforma, el Gobierno autonómico decidió que el pago de la deuda a los bancos era prioritario sobre el pago de la deuda a los farmacéuticos. La consecuencia es que los farmacéuticos se están viendo obligados a recurrir al crédito privado (más beneficio para los bancos) y como su capacidad de endeudamiento es limitada, muchas farmacias corren el riesgo cierto de verse abocadas al cierre con el consiguiente perjuicio para los ciudadanos.

Ahora la señora Presidenta de la Comunidad anuncia un plan de ahorro de 1815 millones de euros en el presupuesto. Entre otras cosas, recorta el presupuesto de educación aumentando el número de horas lectivas por profesor, lo que además de conllevar una previsible merma de calidad en la educación condena al paro a varios miles de profesores interinos. La curiosa justificación de la señora De Cospedal es que no habrá despidos, sino finalizaciones de contratos. Al parecer no se le ha ocurrido que todos estos profesores que se quedarán sin trabajo dejarán también de pagar impuestos y que habrá que pagarles las correspondientes prestaciones por desempleo, con lo que una buena parte del dinero que se ahorra la administración autonómica no es tal ahorro, sino que traslada el gasto a la administración central.

Pese a ello, dice la Presidenta Castellano-Manchega que el plan de ahorro tiene "coste cero" para los ciudadanos, porque no subirá los impuestos. Extraño concepto de lo que es un coste y lo que no. Para empezar tiene un coste insoportable para las personas que se van a quedar sin trabajo: entre ocho mil y quince mil según he leido hoy en un artículo periodístico. El coste será igualmente insoportable para los farmacéuticos que no podrán seguir manteniendo su negocio, y para los usuarios del sistema sanitario. Va a tener un evidente coste para las arcas del Estado y de la Comunidad por la merma de ingresos y el gasto en prestaciones y subsidios. También tendrá un coste para los estudiantes que verán disminuir la calidad del sistema educativo.

Podríamos seguir, pero creo que como muestra es suficiente. Y si no lo es, tenemos lo sucedido en Cataluña, con cierres de centros de salud y servicios de urgencias. El supuesto "coste cero" solo lo será para los ricos y los evasores de impuestos, que no son los trabajadores que cobran por nómina y están estrictamente vigilados.

Lo más grave es que esto se va a generalizar. El señor Mariano Rajoy, envalentonado quizá por el éxito de la nefanda reforma y sintiéndose ganador seguro de las próximas elecciones, se ha quitado por fin la careta. Ha dicho con toda claridad que el temible plan de ajuste del Gobierno de Castilla-La Mancha es un ejemplo a seguir, y que tiene intención de aplicar la misma receta a gran escala. Ha dicho también con rotundidad que no subirá los impuestos, ni si quiera a las rentas más altas. Y aunque no lo ha dicho, porque ya sería el colmo, es de suponer que tampoco perseguirá el vergonzoso fraude fiscal, que se produce precisamente en esas rentas altas.

Así que ya no hay razón para engañarse, sabemos lo que nos espera: recortes draconianos del gasto público, especialmente en sanidad y educación, más precariedad laboral (flexibilidad lo llaman ellos), menos servicios públicos y de peor calidad...

Un pájaro de mal agüero como yo, al que además le pesa demasiado el ala izquierda, solo puede hacer malos augurios. También hay quienes creen que este camino es acertado, y esos no son pájaros de mal augurio. Si acaso, unos palomos.

sábado, 27 de agosto de 2011

La reforma de la Constitución

Este es el artículo de la Constitución que se pretende reformar, en su redacción actual:

Artículo 135
1. El Gobierno habrá de estar autorizado por Ley para emitir Deuda Pública o contraer crédito.
2. Los créditos para satisfacer el pago de intereses y capital de la Deuda Pública del Estado se entenderán siempre incluidos en el estado de gastos de los presupuestos y no podrán ser objeto de enmienda o modificación, mientras se ajusten a las condiciones de la Ley de emisión.
Y esta es la nueva redacción que se pretende darle:
Artículo 135
1. Todas las Administraciones Públicas adecuarán sus actuaciones al principio de estabilidad presupuestaria.
2. El Estado y las Comunidades Autónomas no podrán incurrir en un déficit estructural que supere los márgenes establecidos, en su caso, por la Unión Europea para sus Estados Miembros.
Una Ley Orgánica fijará el déficit estructural máximo permitido al Estado y a las Comunidades Autónomas, en relación con su producto interior bruto. Las Entidades Locales deberán presentar equilibrio presupuestario.
3. El Estado y las Comunidades Autónomas habrán de estar autorizados por Ley para emitir deuda pública o contraer crédito.
Los créditos para satisfacer los intereses y el capital de la deuda pública de las Administraciones se entenderán siempre incluidos en el estado de gastos de sus presupuestos y su pago gozará de prioridad absoluta. Estos créditos no podrán ser objeto de enmienda o modificación, mientras se ajusten a las condiciones de la Ley de emisión.
El volumen de deuda pública del conjunto de las Administraciones Públicas en relación al producto interior bruto del Estado no podrá superar el valor de referencia establecido en el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea.
4. Los límites de déficit estructural y de volumen de deuda pública sólo podrán superarse en caso de catástrofes naturales, recesión económica o situaciones de emergencia extraordinaria que escapen al control del Estado y perjudiquen considerablemente la situación financiera o la sostenibilidad económica o social del Estado, apreciadas por la mayoría absoluta de los miembros del Congreso de los Diputados.
5. Una Ley Orgánica desarrollará los principios a que se refiere este artículo, así como la participación, en los procedimientos respectivos, de los órganos de coordinación institucional entre las Administraciones Públicas en materia de política fiscal y financiera. En todo caso, regulará:
a) La distribución de los límites de déficit y de deuda entre las distintas Administraciones Públicas, los supuestos excepcionales de superación de los mismos y la forma y plazo de corrección de las desviaciones que sobre uno y otro pudieran producirse.
b) La metodología y el procedimiento para el cálculo del déficit estructural.
c) La responsabilidad de cada Administración Pública en caso de incumplimiento de los objetivos de estabilidad presupuestaria.
6. Las Comunidades Autónomas, de acuerdo con sus respectivos Estatutos y dentro de los límites a que se refiere este artículo, adoptarán las disposiciones que procedan para la aplicación efectiva del principio de estabilidad en sus normas y decisiones presupuestarias.
En la ley orgánica que debería desarrollar el nuevo artículo se pretende establecer el límite de déficit estructural global en el 0,4%, límite que debería estar vigente en 2020.

No tengo nada que objetar al punto primero, que se limita a recoger la estabilidad presupuestaria como principio, ni a los dos puntos de que consta la redacción actual. El resto me sobra, porque sigo sin ver la necesidad de hacer esa regulación en la Constitución. Más aún, sigo creyendo que ese no es el objeto de un texto constitucional. Y además de no creer que se deba hacer esa reforma, ni siquiera me gusta la nueva redacción del artículo. Sin entrar  en demasiados detalles, son dos los aspectos que menos me gustan.

Uno es la estrechez de los supuestos que permitirían superar los límites, en particular donde dice en caso de recesión económica, porque entiendo que eso quiere decir cuando la recesión ya se haya producido y no para evitarla. Eso significa limitar las posibilidades de futuros gobiernos, que podrían verse sin margen de maniobra hasta que el daño ya esté hecho.

El otro es que se añada que el pago del principal y los intereses de la deuda pública gozará de prioridad absoluta. Por supuesto el pago de las deudas es una obligación, pero de ahí a elevarla, y nada menos que constitucionalmente, a la categoría de prioridad absoluta me parece una barbaridad. Aunque el ejemplo sea un poco forzado, si tuviéramos que elegir entre dar de comer a nuestros hijos o pagar una letra ¿cuál sería nuestra prioridad absoluta?

De modo que una vez leído el texto, mantengo mi opinión de que la reforma propuesta es innecesaria, equivocada e irresponsable.

Pero sobre todo me sigue indignando la manera en que la están llevando a cabo: a toda prisa, sin debate y de espaldas a la ciudadanía. Decidiendo sobre el futuro de todos como si hubieran sido tocados por la mano de Dios, cuando solo han sido tocados por la mano de la señora Merkel. Mano que, al parecer, los tiene cogidos por donde todos sabemos.

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jueves, 25 de agosto de 2011

Agonía de la democracia

Hace poco se reformó la Ley electoral de forma que los partidos políticos que no hubieran obtenido representación en las elecciones anteriores necesitarán, para poder presentar su candidatura, la firma del 0,1% del censo electoral en aquellas circunscripciones electorales por las que pretendan presentarse. Además deben obtenerlas en el plazo entre la convocatoria oficial de elecciones y la finalización del plazo para presentar las candidaturas, es decir que deben reunir esas firmas en veinte días.

Anteriormente se reformó la Ley de Bases del Régimen Local de modo que cuando una moción de censura sea suscrita por un concejal del grupo del gobierno se incrementará en un voto la mayoría necesaria para aprobarla.

La primera reforma prácticamente impide a los partidos nuevos o minoritarios concurrir a las elecciones. La segunda dificulta que prospere una moción de censura en los ayuntamientos. No hace falta discurrir mucho para ver que ambas están encaminadas a reforzar aún más el poder de los dos partidos mayoritarios.

Lo que no puedo evitar preguntarme es para qué. Ese poder al que se aferran y quieren reforzar ya no es tal poder, y tampoco hay que discurrir mucho para verlo.

El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio y otros organismos de funcionamiento nada democrático dictan las políticas económicas y nuestros políticos, unos a regañadientes y otros con entusisasmo, las acatan contra toda opinión de la ciudadanía.

Los especuladores juegan a la ruleta con nuestra deuda pública y, lejos de plantarles cara y tomar medidas que lo impidan, todo el afán de gobierno y oposición es tranquilizar a los mercados ignorando el hecho clamoroso de que nunca hubo motivo para que estuvieran nerviosos y su actuación se debe a la pura codicia.

Frau Merkel y monsieur Sarkozy ya no se molestan ni en fngir que en la Unión Europea haya democracia. Exigen medidas a los mal llamados países periféricos que no hacen más que agravar su situación, y las obtienen de inmediato.

Ahora piden que reformemos nuestra Constitución, y  nuestro inefable Presidente se pone inmediatamente de acuerdo con nuestro no menos inefable líder de la oposición para reformarla. Y deprisita, que no es cosa de dar tiempo a que se produzca alguna reacción.

Por supuesto, ni se les pasa por la cabeza preguntar al pueblo. ¡Qué papelón si al pueblo se le ocurre decir que no! A ver con qué cara les dirían a quienes tienen el verdadero poder que no pueden hacer lo que se les dice por una nadería obsoleta como la democracia.

Por eso me resulta difícil entender tanto empeño en pegar el culo al escaño. ¿Para qué? El palacio del Congreso y el de la Moncloa ya no son más que decorados en los que mediocres actores se afanan por hacer verosímil lo que todos saben que es ficción.

Y no puedo dejar de pensar en la herencia que dejaremos a la próxima generación. La democracia española agoniza, la estamos dejando morir entre todos.  O despertamos y empezamos a luchar por ella o no tarderemos mucho en asistir a su último estertor.

martes, 23 de agosto de 2011

Un insulto a la democracia

Leo las noticias y no salgo de mi asombro. A pesar de la escasa confianza que me inspiran nuestros líderes políticos no creí que su desfachatez y su desprecio por los ciudadanos llegasen a tanto. Pero han llegado, y mi asombro va dejando paso a una profunda indignación.

El Presidente del Gobierno y el líder de la oposición, con la aquiesciencia del Sr. Rubalcaba, han acordado reformar la Constitución para limitar por esta vía el déficit público. Y lo han hecho a la chita callando, de espaldas a la ciudadanía, ignorando al resto de grupos parlamentarios y con mucha prisa para que se lleve a cabo antes de terminar la legislatura.

Limitar legalmente el déficit es una medida cuestionable en sí misma, pero pretender fijarla constitucionalmente me parece un despropósito y una irresponsabilidad. La estabilidad presupuestaria puede ser más o menos deseable, pero jamás el dogma de fe que tan ciegamente han aceptado el Sr. Rodríguez Zapatero y el Sr. Rajoy.  No dudo que mantener controlado el déficit sea algo positivo como medida política y económica general, pero limitarlo sin más y fijar la medida en la Constitución es privar a los gobiernos sucesivos de una herramienta que en el pasado ha sido útil y que pudiera ser vital en el futuro.

Lo grave no es la limitación en sí, sino la manera en que se quiere llevar a cabo. No hay razón alguna que justifique la necesidad de hacerlo a través de la Constitución. Más aún, no creo que deba hacerse así en absoluto. Primero porque no creo que esa sea la finalidad de un texto constitucional, pero también porque eso significa que si llega a ser necesario pasar el límite no podrá hacerse sin una nueva reforma por mayoría de 3/5 de ambas cámaras.

Para hacernos una idea de lo que esto puede significar tenemos el ejemplo de lo sucedido recientemente en Estados Unidos, donde la necesidad de llegar a un acuerdo para elevar el techo de deuda sirvió al partido conservador para chantajear al Presidente Obama poniendo en riesgo la economía del país.

Pero más allá de la medida en sí lo que me indigna es el modo en que pretenden llevarla a cabo.  Después de tanto exigir respeto a la Constitución, después de tanto decir que no se podía modificar la Constitución alegremente, después de negarse a considerar siquiera las propuestas de reforma de otros partidos, instituciones o grupos ciudadanos, resulta que ahora se puede reformar a toda prisa y sin discusión por un mero acuerdo entre los señores Zapatero y Rajoy.

Al parecer consideran que los votos recibidos hace cuatro años por sus partidos les legitiman para tomar cualquier decisión, a pesar de que esos votos, lo recalco, los recibieron sus partidos, no ellos, y a pesar del evidente descrédito de ambos líderes y de ambos partidos.

A pesar de todo ello se creen legitimados para reformar la Constitución sin haber consultado a los demás partidos políticos y hasta sospecho que ni a los suyos propios a juzgar por las declaraciones del Sr. Rubalcaba, sin haber consultado que se sepa ni a sindicatos ni a organizaciones patronales ni tampoco, que a mi me conste, a los propios órganos consultivos del Estado, ni a los representantes de los gobiernos y parlamentos autonómicos. Sin encomendarse a Dios ni al diablo. Y mucho menos al pueblo.

Y esto último es lo más indignante. Saben que el referendum solo es necesario si lo exige la décima parte de los miembros de alguna de las cámaras, y como ambos partidos suman más del noventa por ciento, no se toman la molestia ni siquiera de disimular. Anuncian de antemano que no les importa en absoluto lo que pensemos los ciudadanos y que no tienen la menor intención de consultarnos sobre un asunto cuya trascendencia no se le escapa a nadie.

La medida puede ser opinable, aunque a mi me parezca equivocada e irresponsable. Pero la manera en que la van a llevar adelante es un insulto a la democracia y un olímpico desprecio a los ciudadanos a los que dicen representar.

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domingo, 21 de agosto de 2011

Errores fundamentales del modelo neoliberal

Un modelo es una simplificación de la realidad que ayuda a comprenderla. El modelo siempre es más sencillo que la realidad que pretende explicar, pues de lo contrario sería inútil; si fuese tan complejo como la realidad misma podríamos estudiar ésta directamente. Así, para construir un modelo se determinan cuáles son las variables más influyentes y se considera que las demás permanecen constantes. Esto lo expresan los economistas con la expresión latina ceteris paribus, de modo que cuando dicen, por ejemplo, que el precio depende de la oferta y la demanda ceteris paribus no significa que no existan otros factores, sino que se ignoran por considerarlos de menor relevancia y para no hacer inútilmente complejo el modelo.

Al construir un modelo podemos cometer dos grandes tipos de errores. Podemos equivocarnos al formular las relaciones entre las variables consideradas, o bien al determinar las variables a considerar. En el segundo supuesto se puede errar de dos maneras, por incluir alguna variable poco relevante o, lo que es más grave, por excluir alguna esencial. El resultado, naturalmente, será que los resultados predichos por el modelo no se ajustarán a la realidad y será necesario revisarlo.

También podemos cometer otra categoría de error, no en la construcción del modelo, sino en su valoración: tomar un modelo explicativo por una ley inexorable. Esto suele ser cierto cuando se trata de fenómenos físicos como la gravitación (y aún ésta tuvo que ser revisada por la teoría de la relatividad), pero rara vez es cierto cuando se trata de fenómenos humanos.

Esta introducción, que no pretende tener ningún rigor científico, no tiene otro objeto que explicar algunos de los errores fundamentales de los  que adolece, en mi opinión, el modelo económico neoliberal. Y utilizo la palabra fundamentales en el sentido de que afectan a sus mismos fundamentos y, por lo tanto, lo invalidan.

Simplificadamente, el núcleo del modelo neoliberal es la afirmación de que cuando los individuos buscan su propio beneficio individual, los recursos se asignan de modo eficiente y se obtiene el bien común. Esto lo derivan de la suposición de que el individuo está dispuesto a pagar por la adquisición de aquellos bienes que le satisfacen y, por el contrario, si no está dispuesto a pagar por un bien un determinado precio es porque prefiere emplear su dinero en adquirir otro bien que le reporta mayor satisfacción. La conclusión que extraen es que el Estado no debe intervenir en el mercado ya que éste se regula por sí mismo y cualquier intervención estatal será ineficiente.

La teoría del Estado mínimo es consustancial al neoliberalismo. Sin embargo no lo llevan a su verdadera conclusión lógica, que no sería el Estado mínimo sino la ausencia de Estado. Ningún neoliberal quiere realmente destruir el Estado porque, además de garantizar la propiedad es necesario, dicen, para garantizar que los individuos operan libremente. Es decir, que no existan asociacionismos que alteren el mercado.

Y aquí aparece el primer error fundamental del neoliberalismo. Al elaborar su modelo omitieron un hecho básico: que el ser humano es un ser social. Es ésta una verdad evidente y conocida desde la antigüedad de la que los neoliberales prescinden. Una sociedad no es una mera agregación de individuos, y tanto es así que históricamente numerosos y prestigiosos pensadores han afirmado que sólo en sociedad alcanza el hombre su plena humanidad. Aislados de la sociedad y privados por tanto de la cultura y hasta del lenguaje en poco o en nada nos diferenciamos del resto de grandes primates. La sociabilidad humana es una variable tan esencial que todo modelo que la ignore está viciado en sus mismos fundamentos.

El propio Estado es una forma compleja de la sociabilidad humana, una forma de asociacionismo a la que los neoliberales deberían ser contrarios. El mismo hecho de que no puedan prescindir de él y lo consideren necesario como garante del buen funcionamiento del mercado debería bastar para demostrarles que en su modelo falta un dato esencial.

El segundo gran error es de valoración del modelo, que confunden con leyes universales e inexorables. Por ejemplo, afirman que cuando en el mercado de trabajo, que para ellos no es diferente de cualquier otro, existe un salario mínimo por encima del precio de equilibrio se produce desempleo. Y eso es cierto, lo falso es la conclusión que derivan de ello: que no debe existir salario mínimo. Dejando aparte que si realmente fuera una ley inexorable intentar establecer un salario mínimo sería inútil, es ignorar que existen otras alternativas como actuar sobre la misma oferta o la demanda, por mencionar solo lo más evidente.

Tal vez por eso nunca revisan su modelo. Es una máxima generalmente aceptada que cuando la teoría no concuerda con los hechos hay que revisar la teoría. Esta sabia máxima tiene su variante humorística: si los hechos contradicen a la teoría hay que cambiar los hechos.

Esto último, cambiar los hechos, es lo que siempre han intentado hacer los partidarios de este modelo. En sus orígenes intentaron prohibir toda forma de asociacionismo obrero tipificándolo como delito; cuando se vio que era inútil pasaron a tolerar las sociedades de ayuda mutua, y solo cuando se vieron obligados por las revoluciones acabaron aceptando los sindicatos.

Todos sus intentos de cambiar los hechos se dieron de bruces con la realidad de la naturaleza social del hombre. Aún así se niegan a aceptar la necesidad de revisar su fe (porque no se la puede llamar de otro modo) y desde hace ya algún tiempo vuelven a su terco intento de imponer un modelo que nos llevará al desastre. La realidad es aún más terca y acabará demostrándoles una vez más su error. Lo malo es que mientras tanto todos pagaremos las consecuencias de su ceguera.


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