lunes, 17 de octubre de 2011

En defensa del voto inútil


Siempre es arriesgado plantear paralelismos entre diferentes períodos históricos, especialmente cuando uno de los períodos comparados es el presente, que no podemos ver con la perspectiva que da el tiempo. Sin embargo no puedo evitar que algunos aspectos de la actual situación política de España me recuerden el período histórico que se dio en llamar el turno pacífico.

Para aquellos que no conozcan o no recuerden este período de nuestra historia, recordaré que entre el fracaso de la Primera República y la instauración de la dictadura de Primo de Rivera, se estableció en España una monarquía parlamentaria. Se implantó el sufragio universal masculino, pero las elecciones eran sistemáticamente falseadas para que se alternasen en el poder los partidos liberal y conservador. No merece la pena detallar los métodos empleados para conseguirlo: el partido de la porra, los aquelarres en los que votaban cementerios completos, etc.

Lo más sorprendente de este sistema fue el tiempo que duró, y seguramente lo más grave el efecto que produjo. En palabras del hispanista británico Hugh Thomas:
El pueblo español llegó a considerar el sistema parlamentario -imitación deliberada del inglés- como un medio para excluirle de la política [...] El "piadoso fraude" de la Constitución fue una de las razones de la difusión de las ideas revolucionarias entre la clase obrera.
Sé que el paralelismo es forzado, porque hoy no se recurre a métodos tan sucios ni tan burdos. Pero hay otros medios más sutiles y más legales que el PSOE y el PP no dudan en utilizar para obtener el mismo resultado. Algunos establecidos desde el inicio de la democracia, como el sistema de circunscripciones, el reparto de escaños por sistema d'Hondt o el límite del 3% de los votos para obtener representación parlamentaria. Otros más recientes, como la reforma del sistema electoral para limitar las candidaturas de partidos nuevos o minoritarios, o de la Ley de Régimen Local para dificultar las mociones de censura.

A esto se encaminan también prácticas como asignar y tiempo y espacio en los medios de difusión públicos a los partidos en proporción a la representación obtenida en las elecciones anteriores, al igual que la financiación con dinero público en proporción a los resultados y su anticipo en función de los resultados anteriores. También la decisión pactada de no aceptar debates televisados más que entre los dos candidatos de los partidos mayoritarios, con exclusión de los demás aunque tengan un incuestionable arraigo en la vida pública española.

Una diferencia más hay con el período del turno pacífico, y es que hoy el bipartidismo también nos lo autoimponemos los ciudadanos disfrazado de "voto útil". Llevamos muchos años arrastrando ese pernicioso concepto: todo voto que no sea para los partidos mayoritarios consideramos que no cambiará nada, y por lo tanto es inútil.

El efecto me parece obvio. Un puñado de partidos, una casta de políticos profesionales, se han asentado en el poder y lo consideran suyo. Olvidan y quieren que olvidemos que la soberanía reside en el pueblo, y no en ellos. Amparados en que los ciudadanos los han elegido hacen y deshacen a su antojo ignorando totalmente la voluntad popular. Así el expresidente Aznar embarcó a España en la guerra de Irak pese a que el 90% de los ciudadanos se manifestó en contra. "No se puede gobernar con encuestas" dijo. Así los señores Rodríguez Zapatero y Rajoy pactaron una reforma constitucional de espaldas al pueblo. "Es necesaria", dijeron.

Y eso tiene consecuencias. El descrédito de la clase política es evidente. En el "barómetro" que periódicamente publica el CIS, a la pregunta ¿Cuál es, a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España? aparece una y otra vez en los primeros lugares la respuesta La clase política, los partidos políticos. Aquellos que deberían aportar las soluciones son percibidos como el problema.

Peor aún, no solo destruyen la confianza de los ciudadanos en los políticos, lo que ya es grave, sino en las propias instituciones. Al pedir a los ciudadanos que valoren de 0 a 10 su nivel de confianza en las instituciones, ni  el Gobierno, ni las Cortes, ni los Tribunales de Justicia, ni el Tribunal Constitucional, ni el Defensor del Pueblo alcanzan siquiera el "aprobado".

Tenemos que romper con este marasmo en el que nos han metido y devolver a la política lo que tiene de noble y digno. El primer artículo de nuestra Constitución dice:
España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.
Pues esto último, pluralismo político, es lo que nos está haciendo mucha falta. Está en la calle, pero no en las Cortes.

Ante las próximas elecciones, el Partido Socialista dirá que la división de la izquierda favorece a la derecha, y nos llamará al "voto útil". El Partido Popular ni siquiera se molestará en hacerlo, porque sabe que ya cuenta con la práctica totalidad del voto de derechas.

Por supuesto hay muchísimas personas que votarán a estos partidos por convicción, lo que es muy respetable. También habrá muchos que les voten porque quieren que su voto sea "útil", y también esto es respetable, pero yo creo que es un error.

Creo que es necesario llevar a las Cortes el pluralismo que hay entre los ciudadanos. Que deben perder un peso que no les corresponde los partidos que nos han llevado a donde estamos: PP, PSOE, CiU y PNV. Que Izquierda Unida debe recuperar, sino los 21 diputados que alguna vez tuvo, al menos los 13 que en justicia le habrían correspondido en las pasadas elecciones. Que hay que dar voz a quienes no la tienen, a los partidos minoritarios como UPD y a los nuevos como EQUO.

Creo todas esas cosas, y por eso salgo en defensa de ese voto que nos quieren hacer creer que es inútil.

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