lunes, 23 de enero de 2012

El futuro de la monarquía

Advertía ayer que posiblemente hablaré en más de una ocasión del libro que estoy leyendo, La España que necesitamos (Almuzara, 2011). Hasta ahora he leído poco más que los dos artículos introductorios y el primer capítulo, que lleva por título Las grandes reformas legales, entre ellas, la de la Constitución. Contiene este capítulo una brevísima introducción de uno de los editores y cinco artículos que firman Manuel Jiménez de Parga, José Bono, Carmen Enríquez, Lorenzo Abadía y Julio Feo.

Es interesante el de Jiménez de Parga sobre el modelo territorial, que como jurista que es comenta en torno a una sentencia del Tribunal Constitucional. Resulta voluntarioso el de José Bono en su afán de abarcar todas las grandes reformas que a su juicio son necesarias. Breve y contundente el de Lorenzo Abadía, partidario sin ambages de un nuevo proceso constituyente. Más breve aún pero mucho menos contundente es el que firma Julio Feo, sin pronunciarse, sobre la monarquía. Sí se pronuncia, y con toda claridad, la autora del quinto artículo, titulado La monarquía del futuro y firmado por Carmen Enríquez.

Admito que ese nombre me era desconocido hasta que leí el artículo. Según la brevísima reseña que lo acompaña es licenciada en historia y titulada en periodismo, ha sido corresponsal de Televisión Española ante la Casa Real, es autora de un libro sobre el rey y coautora de otro sobre los príncipes. Se la supone por tanto conocedora directa y cualificada de la institución y sus representantes actuales.

El artículo no deja ningún lugar a dudas sobre su opción personal por la monarquía; lo que realmente me ha llamado la atención y me parece digno de comentario es la debilidad de la argumentación, sobre todo por que es bastante común entre los partidarios de esta institución.

No sé si merece la pena comentar la curiosa afirmación de que la postura monárquica es defendida, y cito palabras textuales, por personas más maduras y de mayor nivel intelectual, que los indiferentes son  personas de nivel intelectual medio o bajo, y los republicanos, siempre textualmente, personas de menor edad que no saben valorar el papel crucial que desempeñó el rey Juan Carlos. Cierto es, y no se abstiene de mencionarlo, que según el CIS los menos monárquicos son los jóvenes, pero de ahí a afirmar que los monarquicos son cultos y los republicanos ignorantes media un abismo. Más aún teniendo en cuenta que si algo no le ha faltado a la generación más joven es acceso a la información y la cultura. Que sean precisamente estos jóvenes los más partidarios de la república es algo que debería preocupar, y mucho, a los monárquicos.

Esta argumentación no puede ser más burda, pero no deja de ser secundaria dentro del artículo. La verdadera argumentación en favor de la monarquía la centra en las cualidades de sus actuales representantes, el rey Don Juan Carlos y el príncipe Don Felipe. Y ahí radica su verdadero error y el de muchos monárquicos, porque esto es, si se me perdona la expresión, confundir el culo con las témporas. Lo que se cuestiona no es la capacidad de las personas que actualmente representan a la institución, sino la institución misma.

Al menos yo no cuestiono ni he cuestionado nunca los méritos de Don Juan Carlos, a quien tengo sincero respeto. Los méritos y cualidades de Don Felipe están por demostrar, pero no tengo razón alguna para ponerlos en duda. Sin embargo nada de eso tiene que ver con lo que se cuestiona, que es la conveniencia, la idoneidad y la razón de ser de la institución monárquica. Los méritos de un rey no justifican la monarquía, puesto que el trono se hereda pero las cualidades personales no. Carlos III pasa por haber sido un buen rey, el reinado de su hijo fue un desastre y su nieto pasa por haber sido el peor rey que ha tenido este país. El de su bisnieta acabó en una revolución. Tampoco los méritos de Don Juan Carlos garantizan los del Príncipe de Asturias y mucho menos los de la infanta Leonor. Ni siquiera garantizan, en rigor, que el propio rey siga ejerciendo en el futuro sus funciones con la misma profesionalidad que hasta ahora. (1)

Claro que se podría decir lo mismo de la república: los méritos de un presidente no justifican la institución. Pero eso sería ignorar la diferencia sustancial de que la presidencia no se hereda. A un presidente lo elegimos, acertadamente o no, por los méritos y cualidades que le sabemos o le suponemos. E igual que lo elegimos lo apartamos del poder si no cumpliese nuestras expectativas.

Paso por alto que la autora califique la preferencia que en la sucesión se otorga, en el mismo grado y línea, al varón sobre la mujer de antigualla impresentable y vergonzosa que debe ser inmediatamente corregida, siendo así que no tiene objeción alguna al hecho de que la jefatura del Estado sea hereditaria.

En definitiva, la conclusión del artículo es que la supervivencia de la monarquía depende de que cada nuevo rey o reina sea capaz de ganarse el respeto y la confianza de los ciudadanos. Y esto es lo verdaderamente llamativo, que tantos monárquicos pretendan justificar la monarquía en los méritos de sus representantes. Flaco favor le hacen a la institución con semejante argumento, ya que en realidad significa condenar a la monarquía a su desaparición: tarde o temprano habrá un heredero que no lo consiga.
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(1) En retrospectiva y a día de hoy, noviembre de 2019, me resulta casi divertido haber escrito esta frase.

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La España que necesitamos

domingo, 22 de enero de 2012

La España que necesitamos

El pasado lunes fui a un centro comercial para comprar un artículo de cocina. Una vez elegido y antes de pasar por caja me di una vuelta por la sección de libros y música, lo que es prácticamente un hábito cuando voy solo a este tipo de lugares. Un mal hábito, porque siempre acabo llevándome algo que no tenía intención de comprar. Este lunes fue un libro, que después de hojear rápidamente me pareció prometedor. Lleva por título "La España que necesitamos", y por subtítulo "Del 20N a 2020". Lo edita Almuzara, y en la portada una brevísima descripción indica su contenido: 130 españoles notables escriben sobre nuestro futuro.

Se trata de una obra colectiva, surgida de la iniciativa de un grupo de profesionales de distintas ramas y editada y coordinada por los periodistas Fernándo Jáuregui y Manuel Angel Menéndez. Pidieron a más de un centenar de personas relevantes en el mundo de la política, la economía, el derecho o la cultura que escribieran sus opiniones sobre los problemas de España y sus posibles soluciones, con el horizonte temporal de una década.

Los mismos editores explican en el prólogo el proyecto y su intención, que no es otra que abrir un gran debate y recabar ideas que permitan, y estas son sus palabras, hacer un país mejor a corto plazo. Declaran también que en la selección de colaboradores no buscaron representaciones paritarias ni políticamente correctas, sino más bien una tormenta de ideas. Y prometen que la iniciativa no será única, que habrá nuevas ediciones.

Me parece una iniciativa tan loable como necesaria. Esto es lo que me lleva hoy, contra mi constumbre, a escribir sobre este libro e incluso recomendarlo sin haberlo leido completo. En estos seis días no he leído, de hecho, más que ochenta de sus ochocientas páginas, pero me han convencido de que la lectura merecerá la pena. Es probable, por cierto, que vuelva a escribir sobre él en más de una ocasión para comentar alguno de sus artículos. Tan probable que en realidad ya iba a escribir hoy sobre su primer capítulo, pero me ha parecido oportuno hablar antes sobre el libro en su conjunto.

La obra se estructura en veinte capítulos en los que los artículos se agrupan por temas. A ellos se añaden dos artículos introductorios firmados por José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy Brey, entonces respectivamente presidente del Gobierno y lider de la oposición, el prólogo de los editores y un epilogo que firma Eduardo Serra. El número de los colaboradores es demasiado grande para recoger aquí todos sus nombres. Hay, a modo de ejemplo, personalidades de la política tan dispares como Cayo Lara o Luis de Guindos, periodistas como Luis María Anson, economistas como Juan Torres, líderes sindicales como Ignacio Fernández Toxo, empresarios, juristas...

El libro tiene, claro está, una limitación evidente. La necesaria brevedad de los artículos no permite a cada uno de los colaboradores explayarse en un análisis profundo y detallado, y tampoco muestran todos el mismo grado de implicación y compromiso. No es ésa, en todo caso, la intención de la obra, lo que no impide que esta limitación se vea compensada por las prometidas nuevas ediciones.

sábado, 14 de enero de 2012

La democracia es la solución

Acabo de terminar la lectura del libro Egipto: las claves de una revolución inevitable, título poco afortunado que a mi entender no refleja el contenido del libro, una recopilación de artículos publicados en la prensa egipcia en los años previos a la revolución por Alaa al Aswany. Nacido en El Cairo en 1957, estudió odontología en la universidad de El Cairo y completó su formación en la universidad de Illinois, compaginando esta profesión con una exitosa actividad como novelista y con la publicación de artículos en la prensa egipcia.

Cuarenta y cinco de estos artículos se recogen en este libro agrupados, ignoro si por decisión del autor o del editor, en tres partes bajo los epígrafes "La presidencia y la sucesión", "El pueblo y la justicia social" y "Libertad de expresión y represión del Estado", dentro de cada uno de los cuales los artículos se ordenan cronológicamente. Naturalmente los artículos no estaban originariamente destinados a un público occidental, sino a los lectores egipcios; pero eso, lejos de dificultar su comprensión, estimo que le da un interés añadido puesto que ninguna consideración sobre la opinión que pudiera despertar en Occidente condicionó al autor. Aunque después de haberlo leído estoy convencido de que tampoco le hubiera condicionado saber que acabarían siendo leídos en Europa.

El libro no es, por tanto, el sesudo ensayo que el título pudiera dar a entender, sino una serie de análisis breves y sencillos sobre los problemas políticos, sociales y económicos de Egipto, a los que da respuestas igualmente breves y sencillas. Ofrece en realidad una única respuesta común a todos los análisis. Salvo los cinco más antiguos, todos los artículos terminan con idéntica frase: la que he dado por título a esta entrada.

Eso me lleva a la opinión, que a veces se expresa tan alegremente, de que el islam es incompatible con la democracia. Yo sé muy poco del islam, casi nada, pero siempre me he negado a creer que eso fuera cierto. Los artículos del doctor Al Aswany me lo confirman. En todos y cada uno de ellos se aprecia una sincera religiosidad, pero también un profundo e inequívoco compromiso con la democracia; se muestra tan preocupado por la difusión del wahabismo en el mundo árabe como en Europa podríamos estarlo por la reinstauración de los autos de fe, y no solo no considera que haya incompatibilidad alguna entre islam y democracia, sino que de todo el libro se desprende la opinión de que privar a los pueblos de la democracia es pecado. En sus palabras:

[...] la esencia del islam es la defensa de la verdad, la justicia y la libertad, de modo que todo lo demás es menos importante. [...] Cuando nos convenzamos de que la injusticia invalida el ayuno y seamos conscientes de que recuperar nuestros derechos usurpados es más importante que mil postraciones durante las oraciones del Ramadán, sólo entonces habremos alcanzado la comprensión correcta del islam, pues el verdadero islam es la democracia.
Especial mención merece una de las mayores críticas que desde el occidente se hace al islam: la posición de la mujer y su sometimiento al varón. Esta críticia supone ignorar que la mujer ha tenido que luchar por sus derechos en todo el mundo y no solo en las sociedades islámicas. Esto no lo dice el doctor Al Aswany sino yo, lo que sí dice es que prácticas como el uso del niqab (y no digamos otras peores) son ajenas al islam, y que la opresión contra las mujeres no empezó hasta que los musulmanes entraron en períodos de decadencia. Ignoro si tal afirmación es históricamente cierta, pero sí sé que tiene toda la razón cuando afirma:

Cuando consideremos a la mujer como un ser humano con voluntad, moral, dignidad y personalidad independiente; cuando reconozcamos sus derechos que el islam avaló; cuando confiemos en ella, la respetemos y le demos la plena oportunidad de recibir educación y poder trabajar; sólo entonces se alcanzará la  virtud.
Espero sinceramente que el camino que ha emprendido Egipto le lleve a un futuro libre y próspero, y que los sueños del doctor Al Aswany y de millones de sus compatriotas se vean cumplidos.

La democracia es la solución.

miércoles, 11 de enero de 2012

Autocrítica de Rodríguez Zapatero

Después de un período sin apenas entrar en Internet, he echado un vistazo rápido a los pocos blogs que sigo con cierta regularidad, entre ellos Palinuro, que podéis encontrar en la columna de la derecha. Entre los artículos recientes de este blog me ha llamado la atención y he leído uno que lleva por título Autocrítica de Rodríguez Zapatero, que contiene un texto remitido por el propio ex-presidente a Palinuro al que quisiera hacer algunos comentarios.

No quiero, desde luego, hacer leña del árbol caído. Tuvo que gobernar, en su segunda legislatura, en unas circunstancias realmente difíciles y frente a una oposición que no estuvo, ni con mucho, a la altura que habría cabido esperar. Si el Sr. Rodríguez Zapatero hubiese cesado tras su primer mandato, a buen seguro no habría resultado tan zarandeado. Pero lo que mide la altura de un político no es lo que hace en tiempos de bonanza, sino en tiempos difíciles. No recuerdo quién dijo que los generales ganan la gloria en el campo de batalla y no están hechos para brillar en la paz. Pues las crisis son el campo de batalla de los políticos, y en ellas ganan o pierden el prestigio.

No comentaré todos los puntos en que D. José Luis estructura su escrito, todos los puntos en los que cree haber acertado o errado. Sabido es que rara vez somos buenos jueces de nosotros mismos y cada cual tendrá su opinión sobre si esta autocrítica es, como dice al final, justa. Tan solo un par de cuestiones.

Una, sobre el apartado referido a las autonomías, donde dice "Probablemente me precipité al afirmar que en Madrid se aprobaría el texto que enviara el Parlament, pero lo hice de buena fe". Yo diría que se precipitó con toda seguridad, y que no cabe escudarse en que actuó de buena fe ¡Faltaría más! La buena fe se le supone al político como al soldado el valor. Pero una cosa es actuar de buena fe y otra pecar de ingenuo y no medir las consecuencias de lo que se hace o dice. Tampoco cabe acusar de obstruccionismo al PP por inteponer recursos de inconstitcinalidad. Si consideraban que el texto era contrario a la Constitución, y recordemos que el mismo Consejo Consultivo de Cataluña planteó serias dudas, recurrir al Tribunal Constitucional era, de hecho, su obligación.

En segundo lugar, en el apartado dedicado a la crisis económica, admite haber tardado demasiado en reconocer la gravedad de la crisis. Y se queda muy corto, lo que hizo fue negar la misma existencia de la crisis tanto tiempo como le fue posible, era una simple desaceleración. Cuando ya no pudo negarla, afirmó que estabamos en mejor situación que nadie para superarla, erró ,por la forma y la cicatería, con las medidas de estímulo, se empeñó en ver brotes verdes donde nadie más los veía, para acabar adoptando políticas de recortes sin hacer nada en los ingresos, salvo recuperar, y aún eso provisionalmente, un insuficiente impuesto sobre el patrimonio. Muy, muy corto se queda el Sr. Rodríguez Zapatero en este apartado. Y aún considera que su tardanza en reconocer la gravedad de la crisis es comprensible, porque se resistía a creerlo. Pues no, no es comprensible al menos para mí. De quien tiene la responsabilidad de gobernar una nación se espera que sepa reconocer los hechos, no que se empeñe en negarlos, máxime considerando que fueron muchas y acreditadas las voces que se lo dijeron y que no fueron escuchadas.

Sorprende también que en todo el escrito no haya una sola mención a la reforma constitucional. Deduzco que no la debe de considerar un acierto, pues no se abstendría de mencionarlo como menciona otros aspectos en que cree, con razón o sin ella, haber obtenido grandes logros. Pero tampoco la menciona como el gravisimo error que yo creo que es. Tal vez se deba a que no lo considera un asunto relevante ni digno de mención. Después de todo, no la consideró lo suficientemente importante como para someterla a referendum.

Y sorprende, sobre todo y para terminar, que a pesar de todos los errores que él mismo reconoce considere, en su primer párrafo, que deben felicitarse y que no encuentre o no mencione otro coste de sus errores que haber perdido las elecciones. Aún considerando que el escrito estaba destinado al propio PSOE me sorprende, y mucho, que tampoco considere digno de mención el coste para el país y sus ciudadanos.