domingo, 23 de febrero de 2014

La última bala

En las viejas películas del Oeste la última bala del revólver era para suicidarse antes de que los indios te cogiesen vivo, aunque luego siempre llegase la caballería a toque de corneta para evitarlo en el último instante. Estoy razonablemente seguro de que yo no tengo que temer que mis rivales ideológicos me torturen y maten lentamente, pero a pesar de todo dedicaré la última bala a poner fin a este cuaderno de apuntes de pensador aficionado que ya se ha prolongado demasiado. Quizá emprenda otra bitácora con otra forma, sobre otras cosas, pero no retomaré ésta.

Balas perdidas nació de un impulso repentino, un "pronto", de una manera improvisada y chapucera que mucho me temo que no haya mejorado en absoluto con el tiempo. Más bien al contrario: no solo es cada vez más chapucero, sino que se ha desviado por completo de lo que inicialmente pretendía ser. En su origen, se trataba de plasmar aquí mis modestas reflexiones sobre lo que veo, oigo o leo; lo que sé, lo que dudo y lo que ignoro; lo que despierta mi curiosidad o me divierte. Tendrían que haber tenido cabida (como la tuvieron al principio) la filosofía, las matemáticas, la historia, los libros o los simples juegos. Todo ello sin la menor pretensión de resultar trascendente y mucho menos didáctico.

En lugar de eso se ha convertido en un blog eminentemente político. La política y la economía han acaparado la mayor parte de las entradas. No es que no sea lógico dadas las circunstancias y los acontecimientos que hemos vivido en sus casi tres años de existencia. En todo tiempo, pero sobre todo en tiempos de cambio, me parece que es perfectamente razonable y hasta necesario informarnos, reflexionar, formarnos nuestra propia opinión y expresarla. Me parece un grave error pensar que solo las opiniones de los que consideramos expertos en esto o en aquello merezcan ser consideradas. Naturalmente siempre es sensato escuchar a quien sabe más que nosotros, pero más conocimiento no significa necesariamente mejor criterio, especialmente cuando hablamos de cuestiones sociales en las que no cabe un criterio único. Construir una sociedad es cosa de todos puesto que todos vivimos en ella y no hay opinión, por humilde que nos parezca la persona que la sustenta, que no merezca ser escuchada. La mía tampoco. Ni siquiera al fanático que no tiene opiniones sino prejuicios deberíamos cerrar los oídos. Sus razones tendrá, y solo escuchándolo podremos comprenderlas.

Ahora bien, en lo que respecta a expresar mis opiniones sobre política y economía creo que Balas perdidas ya ha cumplido sobradamente y está agotado. Podría seguir añadiendo comentarios a tal o cual tema concreto pero me parece innecesario. Los ejes fundamentales de mi manera de pensar en estos aspectos están ampliamente expresados a lo largo del blog, y no puedo decir más sin hacerme redundante y aún más plasta de lo que ya he sido hasta aquí. Repetiré resumidamente esos ejes fundamentales a modo de colofón y despedida.

En política, más allá de las medidas concretas para problemas concretos, creo en la democracia. Dicho así es como no decir nada, porque hoy todo el mundo se proclama demócrata, incluso los que intentan por todos los medios que haya la mínima posible. Lo importante es cómo concebimos la democracia. La democracia solo puede entenderse desde la aceptación de que las decisiones que nos afectan a todos deben ser tomadas por todos. No hablo de una democracia directa "pura", lo que sería ideal pero a mi juicio impracticable. Pero tampoco me conformo con una democracia estrictamente representativa, y menos aún con una tan imperfectamente representativa como la que tenemos. Entre ambos extremos hay una variedad infinita de posibilidades y deberíamos esforzarnos un poquito más en buscar la que nos conviene. La representación no es en modo alguno la única forma de participar en los asuntos públicos. Existen otros muchos medios, algunos no están previstos en nuestra Constitución, otros sí lo están pero no los utilizamos o no se nos permite utilizarlos. No tenemos por qué aceptar que no podamos votar más que a listas prefabricadas, ni que no haya manera de destituir a un político de su cargo. No tenemos por qué aceptar que no se nos convoque a referendum ni para las decisiones más graves, o que hasta una reforma constitucional se pueda llevar a cabo sin consultar a los ciudadanos. No tenemos por qué aceptar que una iniciativa legislativa popular pueda no ser ni tan siquiera admitida a trámite. Yo no lo acepto. Si solo podemos elegir entre el fuego y las brasas cada cuatro años, si no podemos decidir entre todos cómo queremos que sea nuestra democracia, es que no es tal.

En cuanto a la economía, mi postura es más sencilla aún: niego rotundamente que los postulados de la ciencia económica sean leyes inexorables que debamos aceptar con resignación como si nada pudiéramos hacer. La ciencia médica no solo descubre cómo se producen las enfermedades, les pone remedio o al menos lo intenta. El descubrimiento de la ley de gravitación no nos ha impedido sino ayudado a encontrar la manera de volar. Todas las ciencias están al servicio del hombre salvo, al parecer, la ciencia económica. Yo lo niego. La ciencia económica no es más que un conjunto de modelos que nos ayudan a comprender una parte, importante pero no la única, de las relaciones humanas. Nos ayudan a comprenderlas pero no las determinan, no hay ecuación que nos diga cómo queremos, podemos o debemos vivir. Somos nosotros, seres libres, quienes tenemos que decidir qué clase de sociedad queremos tener y luego utilizar las ciencias, incluida la económica, como lo que son: herramientas que nos permitan acercarnos a ese ideal. Pensar de otro modo es negar nuestra propia libertad, nuestra condición humana, para reducirnos a la condición de las hormigas.

Esos son, explicados más que a grandes pinceladas a gruesos brochazos, mis principios. Y al contrario de lo que humorísticamente decía el bueno de Groucho, si no te gustan lo siento mucho, pero no tengo otros.

Termino agradeciendo a amigos y desconocidos las más de catorce mil visitas que ha recibido este blog según las estadísticas de blogger, y especialmente a los que habéis tenido la amabilidad de dejarme algún comentario aquí o en mi perfil de facebook. Tened la seguridad de que todos (salvo uno que borré por grosero, todo hay que decirlo) han sido recibidos con agrado y leídos con interés. Si mis pequeñas reflexiones también han sido de algún interés para vosotros este blog no habrá sido del todo inútil y si no, nada se habrá perdido.

domingo, 2 de febrero de 2014

Miña terra galega

Me imagino que alguna vez habréis escuchado la conocida canción "Miña terra galega", del grupo Siniestro total. Si buscáis un poco en Internet encontraréis referencias a ella con expresiones como "el canto a Galicia más bello desde el Nós de Castelao" o "himno no oficial de Galicia". La cosa tiene su coña, y solo puede explicarse por la retranca que el tópico nos supone a los gallegos.

Para empezar, la música ni siquiera es de Siniestro, es la de la canción "Sweet home Alabama" de la banda estadounidense Lynyrd Skynyrd. Tiene por tanto de gallega lo que yo de americano. Pero lo bueno es la letra, que el propio autor (Julián Hernández) admite que escribió en quince minutos solo para "molestar a los modernos que odiaban es clase de rock americano". Es lo bueno, digo, porque no hay en ella ni un solo verso que pueda considerarse "un canto a Galicia". Veamoslo, empezando por constatar que sólo el verso que le da título está en gallego, y todo lo demás en castellano.

"A una isla del Caribe he tenido que emigrar, y trabajar de camarero lejos, lejos de mi hogar" No sé si hace falta explicar que se refiere a lo peorcito de la Galicia del siglo pasado: la pobreza y la falta de futuro que forzaron a miles de gallegos al exilio

"Me invade la morriña, el dolor de Breogán. Cuando suena la muiñeira el llanto empieza a brotar" No sé que os parecerá a vosotros, pero a mí me parece el no va más de los topicazos sobre los gallegos. Más o menos como las parodias de Beatriz Carvajal, ya me entendéis.

"Miña terra galega, donde el cielo es siempre gris. Miña terra galega, es duro estar lejos de tí". Obviamente este verso se escribió por oposición al original "where de sky is always blue". Dudo mucho que la intención de Hernández fuera cantar la hermosura del cielo gallego que, por cierto, a veces también es azul. Es más, a veces ni llueve.

"Donde se quejan los pinos y se escuchan alalás, donde la lluvia es arte y Dios se echó a descansar". Para aquellos que no lo sepan, "Queixume dos pinos" es el himno gallego, los alalás son cantos populares que ya casi nadie canta, y el resto de la estrofa son sloganes publicitarios para el turismo. Más tópicos.

"Las zanfoñas de Ortigueira, los kafkianos del Jaján, la Liga Armada Galega, y el pazo de Meirás". Realmente esta estrofa no tiene despedicio. La zanfoña es un instrumento musical tradicional que ya solo tocan algunas bandas folk, la Liga Armada Galega fue un grupo terrorista activo en la transición, y el pazo de Meirás le fue "regalado" a Franco tras la guerra por "suscripción popular". En cuanto a los kafkianos del Jaján, el propio Hernández lo explicó en una entrevista.

Era una frase de Luis, un personaje que trabajaba con mi padre en el taller. Le decía al aprendiz: “tú lo que pasa es que eres un kafkiano del Jaján”. El Jaján (Xaxán en gallego) es un monte que hay al otro lado de la ría de Vigo y donde estaba (está) el poste repetidor de televisión. El bueno de Luis ni había leído a Kafka ni nada por el estilo pero la expresión es demoledora

En fin, que considerar esta canción un bello canto a Galicia parece un poco disparatado. Pero como decía al principio, una cosa sí tiene de auténticamente gallega: es pura retranca. Enxebre. Y también es una buena canción, si no la conocéis os la recomiendo.